miércoles, 9 de noviembre de 2016

ESTE JUEVES: LA NIÑEZ





Mi niñez, aquella etapa de la vida de la que deseaba desesperadamente salir porque todo mi afán era ser mayor, cada cumpleaños era una celebración aunque nunca tuve tartas ni regalos porque no era costumbre en mi casa. Mirando desde la distancia fue un tiempo que se me hizo largo en el momento de vivirlo y que ahora veo como si hubiera pasado en unos segundos. Recuerdo los meses de escuela interminables, con aquellas mañanas de frío que nos helaban los dedos y nos hacían fumar sin cigarrillos, y los largos veranos que acababan con la compra de los libros del nuevo curso, libros en los que metía la cabeza para aspirar el olor a papel impreso que me embriagaba. Recuerdo las tardes jugando en la calle a juegos de temporada porque así eran, íbamos cambiando y pasábamos del elastiquillo a la cuerda, del carrete a la china, del pincho a los bolis, y si el tiempo no permitía estar a la intemperie nos metíamos en las casapuertas a jugar con los cromos o las mariquitinas. Qué rápido pasó y que añoranzas tengo de aquel entonces. Cuántos momentos vividos en casa de mis abuelos junto a mi tía Isabel, casi mi madre por lo que ha significado en mi vida. Qué evocación de olores relacionados con aquel tiempo, la hierbabuena que inundaba la cocina cuando se ponía al fuego el puchero, qué aroma el del café cuando mi abuela me dejaba el molinillo para que lo manejara con mis manos pequeñas e inexpertas que apenas podía girar la manivela, qué ricas las tostadas calientes con la manteca colorá derretida, la merienda era la única comida del día que hacía sin rechistar, y cómo me gustaba el humillo que se elevaba danzando desde las brasas de la copa inundando la sala con los vapores de la alhucema. Y no sé si es una sensación mía pero hasta la piel de las naranjas al pelarlas desprendía un envolvente frescor cítrico que las de hoy no tienen. Las noches de verano eran siempre divertidas, después del calor agobiante del día, cuando el sol se despedía por Cañorrera comenzaba la fiesta vecinal. En primer lugar se refrescaban las calles echando agua con una mano desde un cubo que se agarraba con la otra, era una maniobra que parecía venir impresa genéticamente porque desde muy pequeñas todas manejábamos perfectamente esa especial forma de rociar las losas de tarifa de las aceras y la tierra enchinada de la calle. Así se reducía la temperatura que desprendía el suelo expuesto durante tantas horas a los ardientes rayos de sol veraniego. Luego, ya después de cenar, se iban sacando las sillas para permanecer hasta entrada la madrugada al fresco de la noche mientras se contaban mil anécdotas y se narraban viejas historias. Si había que criticar algo no se hacía en estas tertulias, eso se haría de puertas adentro, aunque yo en esa época no prestaba atención nada más a que mis juegos. Y cuántos recuerdos de los cines de verano, pero eso es ya otra historia. Añoro mi niñez porque ahora sé que fui una niña feliz. 






13 comentarios:

Tracy dijo...

Esos olores... y lo de la piel de la naranja, te doy la razón, ya no huelen igual.
¿Y la noches del verano?
Éramos felices, sin lugar a dudas.

Fernando De Arnáiz Núñez dijo...

Tal cual has descrito nuestra niñez..sólo queríamos crecer y ser mayores y cuando alcanzamos la segunda edad nos dimos cuenta q era mejor haber detenido el reloj...ahora corre como un galgo..
Celebrábamos más el santo.
El cumple no.
Síiiii al pelar las naranjas soltaban ese olor líquido q inundaba nuestra nariz y era maravilloso.
Los juegos y a lo nuestro impedían escuchar a los mayores pq ni los entendíamos ni lo necesitábamos...otra cosa eran las batallitas de los abuelos o los cuentos.
He visto mi niñez reflejada y te lo agradezco.
un besiño Leonor y gracias.

manolo ruiz dijo...

Una preciosa evocación de aquellos años, llena de vivencias y de recuerdos, contados con arte y cercanía, enganchando con su lectura, que llega a emocionar.

Pablo dijo...

Un texto muy completo y cargados de recuerdos. Es un viaje en que, en momentos dados, volvemos a ser niños, con los mismos pensamientos y acciones. Genial. Un abrazo.

Ester dijo...

Que parecidos son los recuerdos de la niñez,era sencillo ser feliz, todo nos ilusionaba. Saltos y brincos

Retazos y retozos dijo...

Auténtico.

Juan L. Trujillo dijo...

!!! Cuantos recuerdos me has traído a la mente!!! Esa patria de nuestra niñez, que no tenía fronteras, en la que su bandera era el juego y su ejercito la risa, es la verdadera patria de la felicidad.
Evocadora y autentica estampa de un tiempo irrepetible.
Besos.

Juan Carlos Celorio dijo...

Algunas veces sentí esa sensación de querer pasar esa etapa de la niñez, como también la recuerdo con cariño.
Supongo que lo primero es por querer ser independiente, tener el mismo trato que se daban los mayores. Y lo segundo porque realmente ser niño tenía unas recompensas, que quizá hoy parezcan pocas, pero éramos felices con tan poco...
Besos.

Campirela_ dijo...

Preciosos recuerdos de la niñez , donde cualquier detalle se recuerda con precisión , los juegos , los amiguitos en fin la mejor etapa sin lugar a duda. Un saludo y feliz semana

yessykan dijo...

!Que ternura de relato! Un seno familiar muy hermoso y dedicado a brindar felicidad. Bella imagen que acompaña sus añoranzas.
Beso

MOLÍ DEL CANYER dijo...

Y es que nuestra patria esta en la niñez.....y tu con tu rato me has transportado a la mia con esas sillas en la calle. Un relato precioso que me llena de nostalgia, besos.

CARMEN ANDÚJAR dijo...

Preciosos recuerdos, acompañados de esos olores impregnados en nuestro ser, tanto o más que los recuerdos.
Un abrazo

María José Moreno dijo...

Iba leyendo y disfrutando porque cada recuerdo tuyo era mío. Yo también molía el café, en esos molinillos de madera con su manivela. ¡Me encantaba! Y los juegos en la calle... Me ha encantado recordar contigo. Gracias por participar. Un beso