Él no es nadie en concreto, él es él o es ella, él puede ser cualquier persona en cualquier momento de su vida. Nadie es envidioso, ni celoso, ni obsesivo, ni posesivo, nadie siente que su interior se revuelve y se rompen sus principios hasta que llega esa circunstancia que enmaraña sus entresijos y le hace perder el norte, le convierte en un ser desconocido para sí mismo, alguien que entra a suplantar su yo, o quizá éste sea el verdadero yo que se encontraba latente, escondido tras ese otro que controla a la perfección cada uno de sus actos y siempre toma las adecuadas decisiones guiado por una mente razonable y metódica, o quizá sea el mismo de siempre en un estado de confusión transitoria, una etapa de locura que pasados los primeros meses irá diluyéndose como una neblina veraniega que emborrona el paisaje, lo envuelve difuminando los contornos, diluye las formas y confunde el pensamiento.
Una sonrisa, una palabra, una mirada, quizá todo junto o quizá solo una ilusión creada le hace perder el control, no es nada sin esa sonrisa, esa palabra, esa mirada. Como una droga le enferma , aturde la razón, controla el pensamiento que incapaz de desprenderse de esa obsesión se obnubila, se enfurece, no atina con la rutina, enloquece. Vive en un vaivén entre el gozo y la tristeza. Aparecen los celos, infundados la mayoría de las veces pero dañinos igualmente, se vuelve posesivo no por el hecho de dominar si no por el ansia de retener y envidia cualquier instante que no sea compartido con él, o ella.
El enamoramiento enajena, alegra y entristece, levanta el ánimo hasta las nubes y lo hace despeñarse, como un libro de terror atrae y atemoriza. Es normal esta actitud pero no por ello deja de ser extraña.
Nos leemos y comentamos en las rotativas de The Daily Planet's .
Una sonrisa, una palabra, una mirada, quizá todo junto o quizá solo una ilusión creada le hace perder el control, no es nada sin esa sonrisa, esa palabra, esa mirada. Como una droga le enferma , aturde la razón, controla el pensamiento que incapaz de desprenderse de esa obsesión se obnubila, se enfurece, no atina con la rutina, enloquece. Vive en un vaivén entre el gozo y la tristeza. Aparecen los celos, infundados la mayoría de las veces pero dañinos igualmente, se vuelve posesivo no por el hecho de dominar si no por el ansia de retener y envidia cualquier instante que no sea compartido con él, o ella.
El enamoramiento enajena, alegra y entristece, levanta el ánimo hasta las nubes y lo hace despeñarse, como un libro de terror atrae y atemoriza. Es normal esta actitud pero no por ello deja de ser extraña.
Nos leemos y comentamos en las rotativas de The Daily Planet's .