Campamento de gitanos con carromatos, 1888, Vincent van Gogh
Estaba aburrida de dar vueltas y vueltas sin llegar a ningún sitio, el paisaje siempre el mismo, su mirada fija adelante para que ni siquiera de reojo pudiera conocer otro mundo que el que habían decidido para ella. De pequeña pudo trotar por los campos y de jovencita su dueño la llevaba orgulloso a las muestras de ganado que se hacían en las plazas de los pueblos cercanos pero desde que se hizo mayor había perdido parte de su belleza de juventud, su pelo había mermado brillo ya no reflejaba irisado, sus ojos perdieron viveza y sus salidas se fueron distanciando hasta acabarse por completo, desde entonces está subyugada a la noria siguiendo ese sendero fijo por el que gira siguiendo el ritmo del sol. Al anochecer es liberada de sus cadenas para que pueda descansar y alimentarse.
Una tarde llegaron al pueblo unos carromatos que sonaban al rodar a campanillas y panderetas, era un derroche de alegría la que se observaba a su alrededor, mujeres vestidas de luminosos colores y niños felices que correteaban entre los carros y jugaban con los caballos, yeguas y perros que los acompañaban. Al anochecer encendieron hogueras y después de comer y beber bailaron y cantaron al son de guitarras y castañuelas. Ella estaba embrujada con aquel despliegue de entusiasmo, se veían dichosos y lo mejor de todo es que eran libres para viajar por todo el mundo. Se fue acercando con sigilo hasta los árboles cercanos al campamento y quedó prendada de un caballo zaino que relinchaba atraído por el olor de la curiosa yegua alazana. - ¿Quién eres princesa?, te husmeo pero no logro verte. Acércate que te vea, no seas tímida.
Ella fue despacio hacia el apuesto corcel y se dejó querer, juntos miraron la luna plateada que reflejaba sobre el arrollo y las estrellas parecían titilar con más brío que otras noches.
Al amanecer despertaron alertados por el sonido de los cacharros y la algarabía de los chiquillos.
-Vente conmigo princesa, te enseñaré el mundo entero. No pierdas esta oportunidad de dejar para siempre ese surco que coarta tus pasos y limita tus horizontes. Te llevaré a la India de donde proceden estas gentes que nos protegen y verás Europa entera.
Cuando el campesino fue a buscar la yegua maldijo su mala suerte, los gitanos se la habían robado, su querida yegua, aquella que él tanto había cuidado y a la que necesitaba para seguir sacando agua de la aljibe para regar sus campos.