Al igual que años anteriores, cuando se acerca la fiesta de los difuntos, Teresa Cameselle nos convoca a escribir un relato, si es posible cortito, donde el miedo, el terror, el pánico, las escenas fantasmales o la muerte sean los protagonistas. Este es el tercer año que acudo a su convocatoria y espero poder participar muchas veces más.
Con paso cansino, desganado, como obligado a tomar aquel camino por una invisible fuerza, se acercó hasta la barca varada en la orilla del caño. El día había amanecido envuelto en una espesa niebla. La sirena del faro lanzaba al aire su profundo sonido mientras sobre el poblado revoloteaban las vocingleras gaviotas alarmadas por su grito amenazante. El hombre se adentró remando bajo la acuosa cortina que caía sobre las aguas grisáceas y desapareció en un mar sosegado y tenebroso.
La barca apareció días después encallada cerca del espigón. Las ropas del hombre eran zarandeadas por las olas en una fúnebre danza. Los remos golpeaban contra las rocas de la rompiente marcando un ritmo siniestro. El cuerpo del hombre nunca llegó a encontrarse. El barquero fue arrastrado hasta el fondo de las aguas atlánticas por una mujer , una joven atormentada que se había suicidado tirándose desde la torre del faro y a la que nunca se pudo encontrar. Las noches de niebla nadie se atreve a salir de sus casas. Se oye el cantar melodioso de una voz femenina que proviene del fondo del mar y envuelve todo el pueblo mientras la bruma se traga la luz del faro y el grito profundo de la sirena se pierde en la noche fosca. Alrededor de las copas con olor a alhucema se rumorea que fueron amantes y que en las amanecidas se han oído risas en la playa y sobre las arenas rubias pueden verse las huellas de un hombre y una mujer.
Las copas son braceros en los que se enciende picón y cisco para calentarse en las noches de invierno. La alhucema es una planta olorosa que se quema en los braseros para aromatizar la casa.
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