Al salir del edificio Cryotrytus S.A., el sol del mediodía les obligó a entornar los ojos.
El coche que los llevaría al otro extremo del país les esperaba en la salida de los laboratorios. El chófer bajó para abrir la puerta trasera y ambos se acomodaron en el frío cuero de los asientos. El viaje no sería corto, más de diez horas. Destino, una vieja ciudad del sur, una estratégica isla rodeada de mar por donde llegar desde cualquier punto del planeta, un punto que había que vigilar atentamente.
Durante el trayecto miraban, con asombrada curiosidad, a través de los oscuros cristales del vehículo, el paisaje que pasaba con rapidez, los árboles de troncos viejos y ramas recién estrenadas, los campos pintados con una infinidad de verdes, las vastas llanuras y los sinuosos desfiladeros, los montes y los ríos, las ciudades que presumen de antigüedad con catedrales de altas torres y sonoros campanarios donde anidan las cigüeñas, los pueblos pequeños en los que aún se respira el paso del tiempo y donde hay suficientes horas para entregarse a largas conversaciones, y por delante, interminables carreteras, extensos caminos de alquitrán que cruzan las montañas horadando sus entrañas.
Anocheciendo llegaron a las puertas del hotel en el que se hospedarían mientras duraba la misión que, se preveía corta pero todo iba a depender del desarrollo de los acontecimientos.
Tras una ducha para relajar los músculos y una frugal cena que tomaron en la terraza, se despidieron hasta el día siguiente. Temprano tendrían que presentarse en la empresa que los había contratado. Un trabajo que nada tenía que ver con su verdadera ocupación, pero para el que habían sido perfectamente preparados.
A las nueve ya habían cruzado la ciudad y se hallaban a las puertas del Mississippi Club.
Un musculoso vigilante de mirada desconfiada, los acompañó hasta el despacho del encargado que les esperaba tras una pesada mesa de nogal, atestada de papeles, lapiceros, cajetillas de tabaco y un viejo flexo que alguna vez fue dorado. Al verlos se levantó del ajado sillón de piel marrón y extendió la mano a la mujer, que le devolvió el saludo con una sonrisa pero sin sacar sus manos de los bolsillos del abrigo.
La primera actuación comenzó a las once. Había bastante gente y el murmullo de voces se vio interrumpido por los primeros acordes del piano que el hombre tocaba con la perfección de un virtuoso.
La melodiosa voz de la mujer se sumó a las notas inundando todo el local. Los murmullos cedieron paso a la música. La sensualidad que la envolvía atrajo las miradas de todos, un largo vestido negro se ajustaba a su cuerpo dejando entrever la perfección de sus curvas, y, una sugerente abertura asomaba su pierna cuando, entre las mesas, caminaba despacio, con movimientos cautivadores. El brillo de su mirada era extrañamente atractivo.
El hombre tocó sin partituras, todo estaba grabado en su memoria, todo lo necesario para desarrollar su misión. Su anatomía modificada por increíbles nanogenomas podría soportar cualquier esfuerzo con la naturaleza de un semidios.
Todo estaba bien planeado, estudiado con minuciosidad, sin dejar nada al azar, era una operación peligrosa y no podían fallar, la continuidad de su existencia dependía exclusivamente del éxito de la misión encomendada.
En el Mississippi Club se escondían negocios que nada tenían que ver con lo que publicitaban. Las actuaciones y la oferta de ocio nocturno eran sólo una tapadera, en la trastienda el asunto era bien distinto, venta de armas, drogas, espionaje industrial, chantajes políticos.
Ellos habían sido enviados para abortar la entrega de los nanogenomas defectuosos que amenazaban con acabar con el proyecto de alargar la vida de los Trytus 3.
Era primordial que el proyecto no fracasara o todo sería suspendido y ni ellos ni un centenar más de sus iguales tendrían la oportunidad de seguir viviendo. Su superespecie estaba desarrollando poderes imprevisibles y había muchos interesados en hacerlos desaparecer.
Semanas después de su llegada tenían claras algunas de las sospechas. La entrega se esperaba en pocos días. Llegaría en un buque de bandera colombiana. Sus bodegas estarían cargadas de sospechosas cajas que desviaría la atención de la policía del verdadero género con el que traficaban en esta ocasión.
El día de la entrega el hombre y la mujer se hallaban en el muelle esperando el momento de la intervención. Las cámaras de alta definición inyectadas en sus globos oculares los dotaban de una agudeza visual extraordinaria.
En cuanto vieron descargar los fardos de droga y detener a unos cuantos tripulantes, entre ellos el capitán del buque, avisaron a la central de Cryotrytus que puso en marcha el plan de rescate.
En menos de media hora un equipo de Trytus 3 abordó el barco aprovechando el revuelo organizado con las detenciones.
En cuanto se hicieron cargo de los Nanogenomas letales, emprendieron la vuelta a los laboratorios donde serían destruidos, y los estudios destinados a aumentar su supervivencia seguirían adelante.
El hombre y la mujer se miraron con complicidad ajenos a que entre ellos podría estar surgiendo un desconocido sentimiento.