jueves, 27 de octubre de 2011

ESTE JUEVES : EL MORIBUNDO SEDIENTO



    Por la pendiente del sendero que lleva a la casa, bajaban voces de mujeres, iban acompañadas por los sordos sonidos de los zuecos de madera chocando contra las piedras del terreno. Las vecinas sabían que le quedaban pocas horas de vida, y quisieron acompañar a la mujer del enfermo en estos momentos de tribulación.
   La familia dispuso sillas en la habitación contigua a la del agonizante, y se sentaron a esperar a la Parca que cortaría el hilo que unía al hombre con la vida.
   Se contaron historias de ánimas, aguardaron  à santa compaña, que ya andaría cerca de la casa, y, en susurros se narraron muchas muertes.
   De vez en cuando se repartían tazones de caldo, así calentaban sus cuerpos y reponían fuerzas para enfrentar la noche que, según transcurrían los acontecimientos,  iba a ser larga.
   En la sala donde se encontraba la cama de enfermo sólo entraban sus hijas y la mujer, que se acercaban  por ver si aún respiraba.
   Entre las voces de las mujeres se mezcló un lamento en el que pareció oírse, "aaaaaaaaaagua".
  Se miraron unas a otras, quedaron unos segundos calladas, y continuaron sus letanías. Al cabo de unos minutos nuevamente sonó el largo aullido, "aaaaaaaaaagua". Y esta vez sí fue un sonido audible. Una de las hijas fue junto al lecho y humedeció los labios de su padre. 
   Las horas nocturnas pasaron con lentitud. Y cada vez que se oía aquel gemido, "aaaaaaaaagua", una de las hijas acudía a aliviar la sed del moribundo.  Las mujeres, cansadas, empezaban a guardar algunos momentos de silencio y, alguna dio una cabezada.
  Desaparecieron búhos, murciélagos y mochuelos y se oyó el primer canto del gallo, y le siguieron otros.  La vida diurna se puso en marcha. La vida de todos menos la del anciano que había llegado a su fin.
   Un revuelo de gente empezó a acercarse para ver al difunto que había sido preparado por sus hijas con mucho detenimiento. Se le puso un traje de chaqueta, se enfundaron sus manos toscas de labrador en blancos guantes y, no sin alguna dificultad, metieron sus pies en unos zapatos de material.  Hasta que estuvo al gusto de sus amortajadoras no fue expuesto a los ojos de los visitantes.
   Se colocó el ataúd sobre cuatro cajones de fruta cubiertos por una colcha negra, se encendieron cuatro cirios rojos y comenzó el duelo. La familia entre sollozos narraba anécdotas de la vida del finado, al mismo tiempo que las plañideras, cumplidoras de su papel, lloraban a lágrima viva, y sus lamentos se extendían a las aldeas cercanas. A la hora acordada los hombres portaron el féretro hasta la capilla.
   A la vuelta del cementerio una de las hijas fue a coger agua del pozo y volvió sin ella porque el pozo se había secado. Ni el pocero, ni nadie pudo explicar aquel fenómeno. Pero lo cierto es que tras esa noche de agonía, el agua había desaparecido.


Historia real ocurrida hace años a una familia de Vigo.
La escuché narrada por un hijo del difunto mientras nos calentábamos las gargantas con una ardiente y dulce "queimada". De madrugada sonaron pasos bajo la ventana de mi dormitorio y una voz de ultratumba pronunciaba mi nombre "Leonoooooooooooooooora". Lo juro.  

domingo, 23 de octubre de 2011

EL TORDO Y EL JAZMÍN



   Anochece en el patio recién regado.
Emana el olor de las aromáticas plantas mojadas. 
Se distinguen el romero y la hierbabuena. La mejorana y el laurel.
Cristalinas gotas resbalan por las ovaladas hojas de la estrilicia, que
se lanzan al vacío desde sus bordes o se deslizan cual riachuelos por su peciolo.
Se oscurece el cárdeno color de las flores de la buganvilla ante la suave luz de las vísperas.
Satisfechas de su belleza, las rosas se pliegan sobre su tálamo para evitar el frío nocturno.
El azofaifo protegido por sus punzantes espinas descansa confiado.
Las salamanquesas, que pasan el día al calor del sol, huyen espantadas 
a ocultarse en grietas y recovecos, esperando que pase el temporal.
El Jazmín desprende un dulzón aroma que va inundando el privado cenobio y
atrae con sus arrullos al negro tordo que duerme cada noche entre sus ramas.
Los silbos y chirridos agudos del ave anuncian la hora del descanso.
El astuto tordo se acerca cauteloso hasta su acogedor refugio. 
Se mueve con destreza por el laberinto de ramas hasta que encuentra su mullido lecho. 
Las suaves y pequeñas hojas verdes dejan al tordo arrellanarse para soñar sus sueños.
Las ramitas acunan al pajarillo y los efluvios de las flores se intensifican con los mecidos.
Las livianas flores blancas del jazmín caen suavemente formando una fragante alfombra.
 El chorro de la  fuente une sus notas al concierto que ha compuesto la naturaleza.
Y el claustro es una amalgama de débiles luces y grises sombras.
Una mezcolanza de dulces sonidos y sabrosos aromas. 




miércoles, 19 de octubre de 2011

ESTE JUEVES : MITOS, LEYENDAS Y CREENCIAS

 


   Corría el mes de febrero de mil novecientos veinte.
   El telegrafista oyó el sonido del mensaje:
                        -- .- -. --- .-.. .. - .-   -. --- ...   .... .-   -.. ..--- .- -.. ---   ...- . -. 
   Las palabras decodificadas eran lacerantes. Salió en busca del chico que le hacía las entregas urgentes.
El muchacho, un jovenzuelo de catorce años, andaba siempre por los alrededores con su vieja bicicleta.
La tenía desde pequeñito y ésta daba la impresión de que crecía a la vez del muchacho. Encontraba utilidad a cualquier pieza que pudiera servirle para reparar desperfectos, un pedal, una rueda vieja, una oxidada cadena.
   Su tiempo, salvo las horas de clase,  lo dedicaba a reparar su querida compañera y a pasear con ella.  Conocía la isla de cabo a rabo. 
   El operador de telégrafos se dirigió a la playa por donde el muchacho solía pasear. Allí estaba, caminando por la arena, dando patadas al aire y a la espuma de las olas que bañaban sus pies descalzos, tiraba piedras sobre la superficie del agua para contar las veces que rebotaban y mientras ejercitaba su cuerpo, sus pensamientos iban revoloteando dentro de su cabeza. Vivía en un espacio indeterminado entre la tierra y las nubes.
   Desde lo alto de un risco se oyó la voz del hombre que sonó en toda la costa de la isla,  y siguió sonando durante horas, girando una y otra vez alrededor de Lanzarote. Fue un eterno eco lastimero.
   El chico vio al hombre agitando los brazos enérgicamente para que se acercara. Corrió hasta las piedras, sacudió la arena de sus pies y se calzó sus ajadas botas de piel de cabra. Durante unos minutos el joven estuvo subiendo el escarpado terreno de piedras oscuras y al llegar arriba, el amigo lo tomó del brazo y lo llevó hasta el camino.
  El mensajero sabía que las urgencias casi siempre entrañaban malas noticias. 
  Sobre una roca de lava petrificada estaba apoyada su bicicleta. Se subió en ella y agarró el cablegrama mientras escuchaba atento las indicaciones del lugar donde debía entregarlo.
   Como un relámpago, desapareció por aquel camino que acababa donde el  embravecido mar arremete contra los peñascos grisáceos, allí donde se alza la regordeta torre de uno de los faros de la isla, en la punta llamada Pechiguera.
   El día empezaba a declinar, la tarde iba envolviendo con luces anaranjadas el paisaje volcánico, el sol lanzaba sus rayos delicadamente, casi horizontales, haciéndolos resbalar sobre las aguas.
  Cuando llegó a la puerta del faro golpeó la manecilla de latón ennegrecido donde figuraban las letras O.P. y esperó durante un rato. El farero había subido a inspeccionar la lámpara.  La puerta de madera se abrió. 
   Don Antonio, que así se llamaba el farero, no era el titular, estaba allí supliendo durante unos meses a un colega enfermo.
   El muchacho entregó el papel y, se marchaba cuando, algo le hizo girarse. La cara del torrero se había demudado y el telegrama había caído de sus manos y volaba llevado por el viento hacia la linterna del faro.
  Su rostro pasó de una expresión de consternación a una de ira y sus manos se cerraron con tal fuerza que las uñas entraron en su carne. Deambuló sin sentido, recorrió de un lado a otro la acera que rodea la casa y luego se lanzó al trote como alma que lleva el diablo por las piedras negras que llegan al mar, por las rubias arenas de las calas que contrastan con la negrura de los alrededores, por caminos y senderos, por peñas y bancales. Corrió durante horas. Varias veces alcanzó al eco.
   Días más tarde se bajaba de un coche de alquiler a la entrada de su vivienda en Sancti Petri, donde hacía unos meses habían quedado su mujer y tres hijos, mientras él hacía aquella sustitución.
   Don Antonio era titular del faro del islote del Castillo, allí estaba su hogar y su familia. Mari Pepa, su esposa, se había quedado cuidando a sus hijos y especialmente a la pequeña Isabel, que unas recurrentes diarreas habían dejado muy débil. Según contaba ella misma muchos años después, se había salvado comiendo uva moscatel, cantidades ingentes de fruta recién cortada de las viñas de Chiclana.
   Tenían otros dos hijos, Antonio y Manolita.
   Manolita era la mayor desde que, Serafín, el primogénito, murió de una hernia mal curada. Manolita era una niña especial, muy inteligente. Su padre solía decir que los ojos de la niña miraban con tal curiosidad que más que mirar parecía que espiaba y cuando hablaba sus palabras  mostraban las inquietudes de una persona imaginativa y soñadora.
   Mari Pepa aparecía angustiada, no sabía muy bien como relatar a su marido los acontecimientos. Comenzó aclarando que la chiquilla estaba saludable, que comía bien y disfrutaba plenamente de la vida, que nada hacía presagiar este suceso. Sollozaba mientras acariciaba a su hija pequeña, tan delicada, con aquellos ojos saltones y nariz respingona, que no entendía nada de lo que ocurría a su alrededor. ¡Cuántas veces dijo Isabel
que sus padres pensarían en aquellos momentos que debía haber sido ella la que hubiera muerto y no su hermosa hija mayor!. Ella nunca llegó a tener hijos y creo que murió sin entender que sus padres jamás habrían pensado eso.
   Don Antonio escuchaba las tristes palabras de su mujer: 
           - La niña vino del colegio como siempre, pero al rato la noté preocupada, cabizbaja, no salió a jugar como siempre a la plaza. Se sentó junto a la ventana que da al espigón  y se puso a trazar líneas con el dedo sobre el cristal de la ventana.  En vano intenté varias veces  llamar su atención pero andaba ensimismada. 
   El vaho de la boca de Manolita servía de improvisada pizarra mágica. Cuando desaparecía exhalaba nuevamente y dibujaba con su dedito sobre el cristal empañado.
         - Ya por la noche, cuando fui a arroparla me miró con esa mirada que siempre acompaña  a sus preocupaciones y me hizo una pregunta a la que no di ninguna importancia. Sabes que siempre se han hecho predicciones acerca del fin del mundo, y la niña estaba alarmada porque había oído decir que el domingo próximo era el último día.
       - Yo reí y le estampé un sonoro beso en su carita mofletuda, salí de su dormitorio y me senté en tu despacho.
   Era viernes y la mujer tenía que revisar su lista de víveres para que el ayudante del farista los trajera de Chiclana.
      - El sábado no observé nada extraño. Fue al colegio y a la vuelta bajó hasta la playa y vino por la arena recogiendo conchas. Siguen ahí, en la mesa de la entrada.
      - Por la tarde estuvo tranquila pero volvió a insistir. " Mamá, ¿el mundo se puede acabar de pronto? Dicen que será el domingo". 
     -¡ Antonio, insistía tanto que empezó a preocuparme!. 
   La madre le explicaba que cada cierto tiempo corría ese mismo rumor, que no hiciera caso,  que al mundo le quedaban muchas vueltas que dar.
    La niña escuchaba atenta. Las palabras de su madre eran tranquilizadoras.
   Al acostarse Manolita se abrazó a su cuello y le pidió que durmiera a su lado. Mari Pepa se acurrucó junto a su hija hasta que sintió el respirar pausado del sueño.
    - Cariño, te aseguro que la chiquilla se quedó tranquila, que colocó sus manitas bajo su mejilla, como hace siempre, y se quedó dormida. Entonces me levanté despacio y fui a dar una vuelta a los niños, luego me acosté en nuestra cama.
   Durante la madrugada de aquel domingo, una densa niebla fue cubriendo el mar, una liviana cortina de humedad ocultaba las ráfagas de luz del faro, por lo que hubo que poner en marcha la sirena, su sonido avisaría a los navegantes de la distancia hasta la costa. Un sonido grave y monótono que acompañó las horas de sueño de los escasos habitantes del poblado marinero, que en esas fechas, por no ser temporada de pesca del atún, se encontraba casi deshabitado.
   Antes de amanecer, la madre fue a arropar a los críos que siempre se destapaban durante la noche, y la neblina había bajado unos grados la temperatura. Al tapar los brazos de la niña noto un frío estremecedor. Acercó los labios a la frente de Manolita y sintió que su piel estaba helada, exageradamente helada, alarmantemente helada.
   En su rostro una sonrisa dulce denotaba una grata paz interior. 

   Aquel domingo había llegado el fin del mundo, no para todos. Los pronósticos fueron verdaderos. 
   Sólo para los que habían creído.



domingo, 16 de octubre de 2011

57 AÑOS CAMINANDO JUNTOS




Salvador y Rosario

     Amor, mucho amor. Todo lo demás está asegurado. 
    Estoy muy orgullosa de mis padres. Con cuánta inteligencia ha sabido mi madre sobrellevar el carácter impetuoso de mi padre. Con cuánto cariño han entendido nuestras equivocaciones. Con cuánta fuerza han luchado contra las amenazas de la vida. Cuánta paciencia con sus hijos, cuánta entereza frente a la enfermedad, cuánta comprensión. Han podido con todo. Ante las diferencias han encontrado puntos de encuentro y cuánta sabiduría para salir siempre adelante
     Y ahora,  mayores,  con sus problemas de salud,  sus soledades,  sus necesidades y dependencias, continúan preocupados por nosotros, como si aún fuésemos sus niños pequeños.
    Son muchos años, 57, que ya es decir, más de media vida. Juntos siguen su largo caminar y en el sendero que han elegido continúan sonando las palabras de amor, las risas y lamentos, pero siempre unidos, en la salud y en la enfermedad... 

                            Feliz aniversario y gracias por todo. Un millón de besos.

   
   

miércoles, 12 de octubre de 2011

ESTE JUEVES : VOCES


El grito de Edvard Munch, Galería Nacional de Noruega, 1893.

   Decía yo el pasado jueves en el escrito sobre los Ídolos que, " se valora más al que más grita aunque de su boca no salgan más que necedades", esta frase, que apostilló Juan Carlos en su comentario y con el que estoy de acuerdo, habría que cambiarla y decir que "se escucha más al que más grita....".
   Ya que el tema de este jueves son las voces y me imagino que habrá muchísimas y buenas reflexiones acerca de ellas, yo me he decantado por enfrentar las voces a los silencios. Considero que ellos son verdaderamente comunicativos y provechosos.
   Estar callado conlleva poder estar atento a las palabras de los demás, escuchar y oír, dos sinónimos que no lo son tanto, especialmente respecto a la actitud del sujeto. 
   Callado escuchas, oyes al que grita y al que susurra, al necio y al sabio, al eminente y al ignorante, al destacado y al insignificante. Oyes a todos y recopilas, esquematizas, resumes, sintetizas, seleccionas y eliges.
   Callar no es otorgar, no es dar tu brazo a torcer, al contrario, es tomar una posición estratégica y esperar a que los errores derroten al contrincante o bien que los argumentos den la razón al adversario.
   Nunca me he arrepentido de mis silencios, en cambio cuántas veces he deseado no haber pronunciado ciertas palabras. Hay un dicho popular, y siempre tienen razón, que dice: Cada persona es dueña de su silencio y esclava de sus palabras.
   Elevamos la voz para exigir nuestros derechos, para reclamar, para imponer nuestras ideas, para murmurar. La mayor parte de las veces usamos la voz para condenar. Estamos siempre tan descontentos que no paramos de quejarnos, lanzamos sapos y serpientes.
   Levantémosla para tolerar, para defender, para valorar, para agradecer, para sugerir, para aconsejar.
   Las voces que no salen de la garganta son las más intensas, aquellas que no necesitan el aire para transmitirse. Yo escucho los silencios. Oigo la triste mirada de un niño hambriento, los ojos nublados de un anciano indefenso, el caminar incierto de un perro abandonado, las manos temblorosas de la madre que pide para dar de comer a sus hijos, la pesadumbre de un padre de familia sin trabajo, la inseguridad del necesitado frente al poderoso, el miedo de la mujer maltratada, la impotencia del inocente condenado, las lágrimas del  repudiado amante.
   Oigo los gestos de un triste mimo, las sonrisas tranquilizadoras, los besos amorosos, los abrazos sinceros, los guiños de complicidad, las caricias consoladoras.
   No sería armoniosa la música si entre sus notas no se intercalaran los silencios. Ellos dan más valor al sonido. Y acaso no son más importantes esos momentos callados que guardan los enamorados mientras en su memoria se fijan para siempre las palabras pronunciadas en sus arrebatos amorosos. 
   Pongamos voz a los silencios, proclamemos a los cuatro vientos las injusticias y los abusos. Que apoyados en nuestros labios tengan voz las miradas, los ojos, los pasos, las manos, los gestos, las sonrisas, los besos, los abrazos, los guiños, las caricias. 
   Utilicemos la voz para el enaltecimiento del ser humano nunca para humillar.
   
   
   

  

UN MUSEO EN EL MERCADO



































   Voy siempre a toda prisa de un lado a otro. El tiempo se me hace cada vez más corto, a mis horas les están faltando minutos. Cruzo las calles empujada por un motor invisible y apenas puedo saludar a los conocidos con los que me encuentro. Tengo tantas cosas que hacer y tan poco tiempo que no puedo pararme a observar la vida. 
  Pero, hay veces que algo impacta en mis ojos y me hace frenar. Puede ser cualquier cosa que se salga de lo cotidiano, algo extraño que haga distinta la escena de todos los días. A veces un grupo de escolares chiquititos andando en fila india aparecen por una esquina camino de alguna visita educativa, otras veces adolescentes escandalosos van al Museo Histórico, al Observatorio de Marina o al Real Teatro de las Cortes, pero esta vez fue aún más sorprendente porque entrar en el mercado y encontrar un grupo de esculturas no me había pasado nunca. Me quedé asombrada. El Bosque de Musas es de gran belleza.
   No sé de quien partió la idea de colocar entre verduras y frutas las obras escultóricas, pero estoy segura que no dejó indiferente a nadie.
     Los chiquillos tocaban entre asustados y deslumbrados las altas estatuas. ¡Podían tocar!,  apreciar los volúmenes, los pliegues, las arrugas, las texturas, las oquedades.   Algunos sonreían  pícaramente ante la grandiosidad de la mujer desnuda, y todos reconocían a Camarón de la Isla.
   La exposición llamó tanto mi atención que volví cuando el mercado ya había cerrado y anduve entre ellas conmovida. Esta vez las sentí más cercanas, casi vivas. Parecía que se movían cuando miraba hacía otro lado.
   Me pregunto si disfrutarían de su salida al mundo real, a las prisas de los compradores, a las voces de los fruteros, al jaleo de las gentes en su ir y venir, al escándalo de los críos jugando a su alrededor, a la algarabía del mercado las mañanas de sábado.
   Habría que pedir más iniciativas como ésta. Sobre todo porque su escultor es hijo de nuestra ciudad y hay que reconocer su talento. 
    
Escultor Antonio Mota. http:// www.antoniomota.es
   


domingo, 9 de octubre de 2011

PLAYA Y SENDERO

  




      Este intruso  veranillo que todos los otoños se pasea por el calendario, es el más apetecible.
   La temperatura es cálida pero no agobiante. Invita a pasear al aire libre, a gozar de los suaves rayos de sol.
   He preparado mi cámara, una botella de agua fresca y con mis perros he ido en busca del mar. Ellos sólo pueden ir a la playa cuando no es temporada. 
   Nada más llegar los dejo libres de correas y ellos corren dando vueltas a mi alrededor. Se alejan y vuelven. Entran al agua y huyen de las olas. Saltan sobre la espuma de la orilla.

   



   Nunca se alejan demasiado. Curiosean cualquier objeto que encuentran en la arena. Conchas, piedras, caracolas, restos de plásticos, trozos de cristal pulido, una pelota olvidada, una concha de choco. Todo lo husmean, a veces intentan llevárselo, pero enseguida lo abandonan y buscan algo nuevo.





   A lo lejos mi castillo decorando el horizonte. No puedo resistir la tentación de volver a fotografiarlo. Es una imagen que me atrae, me fascina. Siento una gran paz interior cuando voy llegando a sus inmediaciones. A pocos metros de la punta del boquerón se ve tan cerca que parece que pudieras llegar nadando. Pronto volveré al islote del faro. He comprado una baca para el coche y podré transportar el kayak hasta Sancti Petri.  Desde allí, en unos minutos estoy en el castillo, hay que tener cuidado con el viento y las mareas pero no es difícil llegar remando. 
 Cuando piso el suelo de la isla afloran a mi memoria las lecciones aprendidas sobre el templo de Melkart y las posteriores edificaciones de fenicios y  romanos, pero lo que más sentimientos me provoca es saber que mi abuelo visitaba a diario el faro. Acudía cada atardecer a encender la lámpara de carburo que debidamente situada en la linterna del faro y gracias a las enormes lentes que la forman, la débil luz se convertía en radiantes destellos. Por las mañanas debía volver a retirar la lámpara y cargarla con el gas acetileno. 





   Siguiendo nuestra ruta atravesamos una duna de fino limo y subimos hasta un mirador. Desde él se ven kilómetros de playa. Detrás de nosotros las marismas, los cientos de caños que forman un singular paisaje.
   Comenzamos el camino rodeado por la vegetación de esta zona, plantas que crecen a pesar de las duras condiciones. 




   Sabinas, retamas, lentisco, barrones, cardos y coscoja. Chumberas que brotan de entre las arenas de la duna. 





     Pequeñas aves de salinas vuelan en bandadas. Una inquieta nube negra aparece y se desvanece.
 Sus movimientos son armoniosos y perfectos. Una danza transmitida genéticamente. 





   En esta época del año quedan pocas flores. Hace unos meses todo era color, violetas, lilas,  azules, blancos, amarillos.  Hoy sólo he visto el dorado de estas hierbas del cólico, y el rojo de la flor del lentisco.





   Un merecido descanso. Koko, mi perro de aguas, y Trufa, la inquieta bodeguera, están agotados. En cualquier sombra se cobijan. Esperan que llegue hasta ellos y corren a buscar otro sitio sombreado.





   Sigo el sendero atenta a las cosas que me rodean. Una gaviota vigila desde un viejo tronco. Ha pasado un barco de paseo que surca despacio el caño para que sus viajeros disfruten del paisaje. Y una lancha rápida que arrastra a un osado deportista de esquí acuático. Otras embarcaciones se mueven mecidas por el oleaje que forman las que navegan.




   Ahora llama  mi atención  una derruida casa en medio de las marismas. Algo especial tienen para mí las casas en ruinas. Surge una sensación que sacude mi interior.




   Y esto es un regalo para la vista, un bellísimo ejemplar de urraca que si bonito se ve posado en esos matorrales de salado, más llamativo es cuando despliega sus alas. Pocas veces se tiene la suerte de poder acercarse tanto. 


   


   Al terminar el sendero, un baño en las aguas tranquilas del caño. Más un juego que otra cosa porque al final acaban llenos de arena pero me encanta meterme con ellos.
   Al regresar al coche lo primero que hago es sacar sus cuencos y darles agua. Luego con unas toallas viejas que han quedado para este uso,  limpio sus patas y sacudo su pelo. Y, arriba, que ya es hora de volver a casa. 
   


viernes, 7 de octubre de 2011

CELEBRAR



Felicidades mamá.


   Cualquier ocasión es buena para salir a cenar con la familia y terminar el día contando anécdotas, hablando de la vida, del pasado, del presente, del gobierno, del euro, de la juventud, de la vejez, de la mili, de la educación, de la ciudad, del tiempo, de lo perdido y del progreso, de lo que fue y lo que pudo haber sido, de nosotros y de los demás, conversaciones alrededor de una mesa, una escena gratificante.
    Entre copas y viandas se dialoga, se opina, se discute, se ironiza, se sonríe.  Entre miradas de complot y guiños nos entendemos.
   A mis padres les encanta reunirnos y hoy tienen una excusa, es la onomástica de mi madre, se llama Rosario, Charo para todos, y para mí, mamá.
   Ha sido siempre una mujer tranquila, todo lo hacía de manera ordenada y minuciosa, y lentamente. Mi padre es el nervioso de la pareja, el que mete bulla y se desespera, pero ella, seguía a su ritmo, sin alterarse.
   Ahora está aún más paradita. Ya necesita ayuda para sus actividades de la vida diaria y no tiene muchas ganas  de hablar, pero cuando la miras y la ves tan guapa, siempre con las mejillas sonrosadas, y te sonríe, sabes que la tienes ahí. Contesta si le preguntas pero no mantiene una larga conversación, se desconcentra y se pierde en sus pensamientos.
   Hoy es un gran día para mi padre porque está tan enamorado de ella que su mayor alegría es hacer de ella el centro del mundo, y procura que se sienta animada, que se divierta y se ría. Le cuenta chistes, le repite frases de toda la vida, le dice pamplinas, la piropea y la mima, sobre todo la mima.
   Muchas veces está cansado porque él también es mayor, pero sé que sin ella a nada le encontraría sentido. Cuidarla. Ese es el sentido actual de su vida.
   Desde esta mañana está pendiente de los detalles, recordándonos la hora en que vamos a quedar y dónde, organizándolo todo, como a él le gusta.
   Le ha regalado un collar de perlas y un perfume, cosas sin importancia, bagatelas al lado del gran regalo que le hace a diario, su dedicación.
   Hoy hemos celebrado su santo, pero lo que realmente festejo yo es tenerlos tan cerca. Mayores y con achaques pero están ahí y eso me da seguridad.
 

miércoles, 5 de octubre de 2011

ESTE JUEVES : ÍDOLOS



   No se qué enfoque dar al tema de este jueves. Los ídolos han hecho correr tantos ríos de tinta que no imagino qué puedo decir que no haya sido dicho y redicho miles de veces. Sería muy pretenciosa e ilusa si pensara en descubrir algo.
   Sólo sé que a mi edad ya todos mis ídolos han caído, todos ellos serían de barro. Hoy día siento admiración por muchas personas, o no tantas, pero no idolatro a nadie.
   Por curiosidad,  y por documentarme un poco, me he sumergido en un laberinto de páginas sobre ídolos. He ido de los de la antigüedad a los modernos, he leído sobre ídolos infantiles, juveniles, de masas, de barro, de piedra, oculados. He salido borracha y desanimada. ¡Cuánta ignorancia por mi parte!.
    Se han enmarañado en mi cabeza ídolos de todas las formas, de un montón de colores, de mil culturas, materiales e inmateriales. Un abotargamiento mental que me ha obligado a aparcar el tema varias veces.
   Me he perdido en escritos de teología, de psicología, de sociología.... una locura de datos. Y cada vez me siento menos capacitada para enfrentar el tema.
   ¿Cuáles son los ídolos actuales?. Las estrellas del cine y la televisión, del deporte, la canción, la política. Se adora el dinero, la belleza, el poder, la fama.  ¿Hemos perdido el norte?.
   Nos queremos asemejar a algunos personajes por lo que ellos poseen y nosotros no. Los jóvenes imitan a los actores de sus series favoritas, sueñan con acercarse lo bastante como para  obtener una instantánea con la que presumir ante sus amigos.  
    Los fanáticos del fútbol esperan hasta altas horas de la madrugada en un aeropuerto a que llegue su equipo, sólo para ver de cerca a personas normales. Ni más ni menos que ellos mismos.
   Se aplaude la maldad, la envidia, la calumnia, la mentira, el vocerío, la transgresión, la desvergüenza.
   Los televidentes pasan horas idiotizados ante una pantalla, pasmados ante programas donde se ventilan los trapos sucios de unos y otros y que son los que arrasan en las listas de audiencia. Se comenta la vida propia y la ajena. Se venden bodas, divorcios, adulterios, desavenencias familiares y todo lo que mantenga al público pegado al sofá.  Ídolos para personas cuyas vidas deben ser tan vanas y aburridas que les importan más la de los demás.
    Ayer mismo pudimos ver el gentío que se arremolinó en torno al Palacio de Dueñas. La octogenaria duquesa de Alba y su funcionario fueron los ídolos del día. Mañana serán otros.
   Sorprende ver la capacidad de convocatoria que tienen algunos actos. Pan y circo.
   En realidad nada ha cambiado a lo largo de la historia. Hemos pasado de aclamar aurigas y gladiadores, a "princesas del pueblo" y pseudoperiodistas criticones. A cada pueblo lo que merece.  Del graffiti a la pintada no hay más que unos cuantos siglos. 
   No hay más que darse una vuelta por la poesía satírica de Juvenal, poeta de la segunda mitad del siglo I d.C,  para deducir que ya entonces se criticaba a la sociedad por la pérdida de valores. Se hablaba de las malas costumbres, la hipocresía, la deficiente educación, la maldad. 
   Al final tengo que llegar a la conclusión de que los humanos somos igual desde el comienzo de los tiempos.  Se valora al que más grita, aunque de su boca no salgan más que necedades.
   Yo no entiendo esta forma de idolatrar, pero, "Algo tendrá el agua cuando la bendicen". 
   
    


martes, 4 de octubre de 2011

BAELO CLAUDIA


A una hora de mi casa me sumerjo en una ciudad romana.


   Situada en la ensenada de Bolonia, encontramos las ruinas de Baelo Claudia, muy cerca de Tarifa. Una ciudad que va saliendo a la superficie poco a poco, a base de pincel y paciencia.
   Desde la primera vez que la visité hasta esta última hay una gran diferencia.  Edificios que estaban bajo tierra han surgido como por encanto a la vista de los visitantes. Es uno de los lugares con más historia y más bellos de esta zona. 
   Dedicados a la industria de la salazón, podemos observar claramente la zona de las fábricas y más arriba, subiendo una pequeña ladera, se sitúa la cuidad. 



Factoría de salazones de pescado y salsa garum

   Una importante ciudad romana en tierras de Cádiz, con un magnífico teatro, templos, foro, basílica judicial, tiendas, termas, y todo cuanto podía necesitar un ciudadano del imperio.



Trajano entre las columnas de la basílica.


    Paseando por sus vías me venían al recuerdo las clases de latín y desde un lugar remoto de mi memoria me llegaba la primera declinación que todos repetimos mil veces con un soniquete cantarín, rosa,rosa, rosam, rosae, rosae, rosa. Y me imaginaba en medio de un ir y venir de togas y stolas, de comerciantes y senadores, de mater familiae camino del mercado, de sacerdotes y vestales. Una ciudad bulliciosa.



Termas

   No eran sólo un lugar de baños, después de hacer sus ejercicios, embadurnarse con los aceites y pasar por las aguas calientes y frías, los usuarios se retiraban a otras zonas donde se hacía vida social. De ahí la gran importancia que todos los gobernantes dieron a estas construcciones.




Teatro



Foro y escalinatas de los templos.


   Desde la zona alta hay una vista de la ensenada que impresiona, la playa rubia, luminosa, y el mar de un azul intenso, transparente, de aguas frías.
   A Baelo no puede venirse con prisas. Hay mucho que ver y debemos saborear cada rincón, cada piedra, cada columna, recrearse en la historia.




Vista del mar desde la escalinata de los templos.

   Cuando bajamos a la playa nos sorprende la hermosura de la ensenada. Un horizonte claro, límpido. La arena fina masajea nuestros pies a cada paso. Un exfoliante natural.
  Una gran duna que va desplazándose despacio, cubriendo los pinares que rodean la zona, aparece a nuestra derecha. Llegar hasta ella supone un largo paseo por la orilla pero la promesa de palpar con nuestras manos tan suaves arenas restan esfuerzo a la caminata.



Copas de los pinos secos devorados por la duna.


   A todo lo largo voy recogiendo conchas, caracolas, orejitas de coral, y mil miniaturas naturales que forman el suelo de esta costa.
   El atardecer es sobrecogedor, el sol va desapareciendo tras un montículo y los colores de la tarde se vuelven dorados. Los reflejos del sol  sobre las aguas tranquilas lanzan a nuestros ojos  destellos centelleantes. A estas horas la playa se va quedando vacía. Los pocos que quedan ya empiezan a recoger para marcharse a casa. 
    Yo sigo paseando tranquila dejándome acariciar las piernas por el agua fresca de la orilla.  Dejándome abrazar por el aire cálido. Distraída. Perdida en un tiempo lejano.
   Llevo de vuelta la sensación de un largo viaje, la felicidad de un día pleno y una bolsa de caracolillos y conchas que voy coleccionando desde hace años y que guardo como un tesoro.
   Volveré a Baelo Claudia y me sorprenderé nuevamente y pasaré otro maravilloso día para recordar.
   Y tu estarás conmigo.
     

domingo, 2 de octubre de 2011

PASADO EL ECUADOR

Las tres edades de la mujer de Gustav Klimt.

   
    Llegó Octubre. Apenas he sentido el paso de nueve meses de mi vida. Cuántos momentos han sido tan intensos que se van a quedar en mi recuerdo para siempre. El tiempo dirá.
De momento lo que me duele es este transcurrir tan veloz que tienen los días para mí.
   A medida que voy cumpliendo años aumenta la velocidad, como una pelota cuesta abajo que impulsada por la aceleración va cada vez más rápida, sin posibilidad de frenar salvo que la pare algún obstáculo.
   Recuerdo los largos veranos en los que había tiempo hasta de aburrirse. Se llegaba a desear la vuelta a las clases, la rutina de los quehaceres del curso. Y las tardes después de clase, que daban para juegos, paseos, estudio, televisión. Y ahora las horas vuelan. Llego del trabajo y se me escapan de las manos. En cuanto me descuido ya es hora de poner el despertador y adiós a otro día. Y venga a sustraer, porque pasado el ecuador no sumas años, restas.
   El mes que viene cumplo años y casi no me caben en la boca al nombrarlos.  Hace mucho, mucho, mucho, recuerdo que una amiga de mi tía Isabel, sí, esa tía que está siempre en cualquiera de mis recuerdos, tenía una melena rubia, de pelo liso y la edad de treinta años, pues yo pensaba que cuando fuera tan mayor como ella, quería ser así de moderna y tener el pelo largo aunque fuera ya una vieja. Treinta años vieja. Qué perspectiva!.
   Tengo tres hijos y dos nietos, me he casado dos veces, he sido universitaria, soy profesional de sanidad y una gran aficionada a la cocina y especialmente a la repostería. No he sido ni buena ni mala, como todo el mundo. Al hacer balance de mi pasada media vida hay de todo. A veces pienso que quiero vivir tan intensamente que no estoy viviendo la realidad y al final me voy a ir sin haber tenido una vida auténtica.
   Los cumpleaños, después de los cincuenta, son como un recordatorio de que los proyectos que te planteas cada vez tienen menos plazo de ejecución. Por eso corremos. Queremos tener tiempo de hacer todas las cosas que hemos soñado. Un sonido interior como el tic tac de un viejo reloj de cuerda, va marcando los segundos, los minutos, las horas, y en mi afán de completar ilusiones corro, voy como el conejo blanco de Alicia.
    Que fui una niña feliz lo supe pasado el tiempo, cuando tuve capacidad para comparar mi niñez con la de otros, pero desde siempre me he sentido descontenta, soy inconformista por naturaleza. Fui una niña del montón, no destacaba de las demás, pero dentro de mí vivía otra niña que podía ser una reina, o la más famosa cantante del momento, o la más sofisticada y coqueta de las mujeres, incluso una odalisca envuelta en pañuelos de seda que revoloteaban mientras yo, delante del espejo del armario que había en la sala de mi abuela, giraba y giraba hasta marearme y caer sobre una cama desmayada.
  Mi adolescencia duró poco. Cuando fui madre a los dieciséis años las cosas cambiaron y tuve que madurar de golpe. A pesar de todo algo dentro de mí seguía en ese mundo fantástico que  se apoderaba de mis pensamientos y me llevaba a vivir otras vidas, en otras tierras lejanas, paralelas a mi realidad pero sacándome momentáneamente de ella.
    La madurez ha llegado de puntillas, sin hacer ruido, de pronto. Una mañana me miré al espejo y vi una figura conocida, alguien que se reflejaba frente a mí y vi a la niña soñadora en el fondo de los ojos, allí seguía con la sonrisa pícara de quien va a hacer alguna diablura. 
   Mi segunda edad. Los hijos mayores, la vida planteada, los proyectos cumplidos, las inquietudes apaciguadas, los sueños, qué pasa con los sueños. Hay muchos y mientras los haya es que la niña sigue dentro. Aunque cumpliera cien años ella estaría ahí porque soy yo, nada puede separarnos.
   Cuando llegue a la vejez, cosa que espero, habrá una chispa en mi mirada que quizá sea lo único que quede de mi niña, pero estará conmigo hasta mi último suspiro. A través de sus ojos sigo mirando el mundo y eso hace que lo vea con los ojos que se sorprenden ante las cosas grandiosas, que ven la belleza en las cosas más sencillas, que se asustan y se desvían
ante las barbaridades del hombre.
   Espero que mi tercera edad sea tranquila, que mantenga la autosuficiencia, que no sea una carga para nadie y que la niña que me ha acompañado a través de las tres edades siga mostrándome un mundo lleno de nubes de fresa, de lluvia de caramelos, de montañas de chocolate, de ríos de limonada, de campos de cerezas de azúcar, de panales llenos de dulce miel, de fontanas de frescas natillas, de arco iris de regaliz, un mundo donde se pueda mirar al sol y tocar a la luna, donde se pueda volar aprovechando una corriente de aire y atravezar un bosque observándolo desde las copas de los árboles.