Mi niñez, aquella etapa de la vida de la que deseaba
desesperadamente salir porque todo mi afán era ser mayor, cada cumpleaños era
una celebración aunque nunca tuve tartas ni regalos porque no era costumbre en
mi casa. Mirando desde la distancia fue un tiempo que se me hizo largo en el
momento de vivirlo y que ahora veo como si hubiera pasado en unos segundos.
Recuerdo los meses de escuela interminables, con aquellas mañanas de frío que nos helaban los dedos y nos hacían fumar sin cigarrillos, y los largos veranos
que acababan con la compra de los libros del nuevo curso, libros en los que
metía la cabeza para aspirar el olor a papel impreso que me embriagaba.
Recuerdo las tardes jugando en la calle a juegos de temporada porque así eran, íbamos
cambiando y pasábamos del elastiquillo a la cuerda, del carrete a la china, del
pincho a los bolis, y si el tiempo no permitía estar a la intemperie nos
metíamos en las casapuertas a jugar con los cromos o las mariquitinas. Qué
rápido pasó y que añoranzas tengo de aquel entonces. Cuántos momentos vividos
en casa de mis abuelos junto a mi tía Isabel, casi mi madre por lo que ha
significado en mi vida. Qué evocación de olores relacionados con aquel tiempo,
la hierbabuena que inundaba la cocina cuando se ponía al fuego el puchero, qué
aroma el del café cuando mi abuela me dejaba el molinillo para que lo manejara con
mis manos pequeñas e inexpertas que apenas podía girar la manivela, qué ricas las tostadas calientes con la manteca colorá derretida, la merienda era la única comida del día que hacía sin rechistar, y cómo me
gustaba el humillo que se elevaba danzando desde las brasas de la copa
inundando la sala con los vapores de la alhucema. Y no sé si es una sensación
mía pero hasta la piel de las naranjas al pelarlas desprendía un envolvente
frescor cítrico que las de hoy no tienen. Las noches de verano eran siempre
divertidas, después del calor agobiante del día, cuando el sol se despedía por
Cañorrera comenzaba la fiesta vecinal. En primer lugar se refrescaban las
calles echando agua con una mano desde un cubo que se agarraba con la otra, era
una maniobra que parecía venir impresa genéticamente porque desde muy pequeñas
todas manejábamos perfectamente esa especial forma de rociar las losas de
tarifa de las aceras y la tierra enchinada de la calle. Así se reducía la
temperatura que desprendía el suelo expuesto durante tantas horas a los ardientes
rayos de sol veraniego. Luego, ya después de cenar, se iban sacando las sillas
para permanecer hasta entrada la madrugada al fresco de la noche mientras se
contaban mil anécdotas y se narraban viejas historias. Si había que criticar algo no se hacía en estas tertulias, eso se haría de puertas adentro, aunque
yo en esa época no prestaba atención nada más a que mis juegos. Y cuántos recuerdos de los cines de verano, pero eso es ya otra historia. Añoro mi niñez
porque ahora sé que fui una niña feliz.
13 comentarios:
Esos olores... y lo de la piel de la naranja, te doy la razón, ya no huelen igual.
¿Y la noches del verano?
Éramos felices, sin lugar a dudas.
Tal cual has descrito nuestra niñez..sólo queríamos crecer y ser mayores y cuando alcanzamos la segunda edad nos dimos cuenta q era mejor haber detenido el reloj...ahora corre como un galgo..
Celebrábamos más el santo.
El cumple no.
Síiiii al pelar las naranjas soltaban ese olor líquido q inundaba nuestra nariz y era maravilloso.
Los juegos y a lo nuestro impedían escuchar a los mayores pq ni los entendíamos ni lo necesitábamos...otra cosa eran las batallitas de los abuelos o los cuentos.
He visto mi niñez reflejada y te lo agradezco.
un besiño Leonor y gracias.
Una preciosa evocación de aquellos años, llena de vivencias y de recuerdos, contados con arte y cercanía, enganchando con su lectura, que llega a emocionar.
Un texto muy completo y cargados de recuerdos. Es un viaje en que, en momentos dados, volvemos a ser niños, con los mismos pensamientos y acciones. Genial. Un abrazo.
Que parecidos son los recuerdos de la niñez,era sencillo ser feliz, todo nos ilusionaba. Saltos y brincos
Auténtico.
!!! Cuantos recuerdos me has traído a la mente!!! Esa patria de nuestra niñez, que no tenía fronteras, en la que su bandera era el juego y su ejercito la risa, es la verdadera patria de la felicidad.
Evocadora y autentica estampa de un tiempo irrepetible.
Besos.
Algunas veces sentí esa sensación de querer pasar esa etapa de la niñez, como también la recuerdo con cariño.
Supongo que lo primero es por querer ser independiente, tener el mismo trato que se daban los mayores. Y lo segundo porque realmente ser niño tenía unas recompensas, que quizá hoy parezcan pocas, pero éramos felices con tan poco...
Besos.
Preciosos recuerdos de la niñez , donde cualquier detalle se recuerda con precisión , los juegos , los amiguitos en fin la mejor etapa sin lugar a duda. Un saludo y feliz semana
!Que ternura de relato! Un seno familiar muy hermoso y dedicado a brindar felicidad. Bella imagen que acompaña sus añoranzas.
Beso
Y es que nuestra patria esta en la niñez.....y tu con tu rato me has transportado a la mia con esas sillas en la calle. Un relato precioso que me llena de nostalgia, besos.
Preciosos recuerdos, acompañados de esos olores impregnados en nuestro ser, tanto o más que los recuerdos.
Un abrazo
Iba leyendo y disfrutando porque cada recuerdo tuyo era mío. Yo también molía el café, en esos molinillos de madera con su manivela. ¡Me encantaba! Y los juegos en la calle... Me ha encantado recordar contigo. Gracias por participar. Un beso
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