Este intruso veranillo que todos los otoños se pasea por el calendario, es el más apetecible.
La temperatura es cálida pero no agobiante. Invita a pasear al aire libre, a gozar de los suaves rayos de sol.
He preparado mi cámara, una botella de agua fresca y con mis perros he ido en busca del mar. Ellos sólo pueden ir a la playa cuando no es temporada.
Nada más llegar los dejo libres de correas y ellos corren dando vueltas a mi alrededor. Se alejan y vuelven. Entran al agua y huyen de las olas. Saltan sobre la espuma de la orilla.
Nunca se alejan demasiado. Curiosean cualquier objeto que encuentran en la arena. Conchas, piedras, caracolas, restos de plásticos, trozos de cristal pulido, una pelota olvidada, una concha de choco. Todo lo husmean, a veces intentan llevárselo, pero enseguida lo abandonan y buscan algo nuevo.
A lo lejos mi castillo decorando el horizonte. No puedo resistir la tentación de volver a fotografiarlo. Es una imagen que me atrae, me fascina. Siento una gran paz interior cuando voy llegando a sus inmediaciones. A pocos metros de la punta del boquerón se ve tan cerca que parece que pudieras llegar nadando. Pronto volveré al islote del faro. He comprado una baca para el coche y podré transportar el kayak hasta Sancti Petri. Desde allí, en unos minutos estoy en el castillo, hay que tener cuidado con el viento y las mareas pero no es difícil llegar remando.
Cuando piso el suelo de la isla afloran a mi memoria las lecciones aprendidas sobre el templo de Melkart y las posteriores edificaciones de fenicios y romanos, pero lo que más sentimientos me provoca es saber que mi abuelo visitaba a diario el faro. Acudía cada atardecer a encender la lámpara de carburo que debidamente situada en la linterna del faro y gracias a las enormes lentes que la forman, la débil luz se convertía en radiantes destellos. Por las mañanas debía volver a retirar la lámpara y cargarla con el gas acetileno.
Siguiendo nuestra ruta atravesamos una duna de fino limo y subimos hasta un mirador. Desde él se ven kilómetros de playa. Detrás de nosotros las marismas, los cientos de caños que forman un singular paisaje.
Comenzamos el camino rodeado por la vegetación de esta zona, plantas que crecen a pesar de las duras condiciones.
Sabinas, retamas, lentisco, barrones, cardos y coscoja. Chumberas que brotan de entre las arenas de la duna.
Pequeñas aves de salinas vuelan en bandadas. Una inquieta nube negra aparece y se desvanece.
Sus movimientos son armoniosos y perfectos. Una danza transmitida genéticamente.
En esta época del año quedan pocas flores. Hace unos meses todo era color, violetas, lilas, azules, blancos, amarillos. Hoy sólo he visto el dorado de estas hierbas del cólico, y el rojo de la flor del lentisco.
Un merecido descanso. Koko, mi perro de aguas, y Trufa, la inquieta bodeguera, están agotados. En cualquier sombra se cobijan. Esperan que llegue hasta ellos y corren a buscar otro sitio sombreado.
Sigo el sendero atenta a las cosas que me rodean. Una gaviota vigila desde un viejo tronco. Ha pasado un barco de paseo que surca despacio el caño para que sus viajeros disfruten del paisaje. Y una lancha rápida que arrastra a un osado deportista de esquí acuático. Otras embarcaciones se mueven mecidas por el oleaje que forman las que navegan.
Ahora llama mi atención una derruida casa en medio de las marismas. Algo especial tienen para mí las casas en ruinas. Surge una sensación que sacude mi interior.
Y esto es un regalo para la vista, un bellísimo ejemplar de urraca que si bonito se ve posado en esos matorrales de salado, más llamativo es cuando despliega sus alas. Pocas veces se tiene la suerte de poder acercarse tanto.
Al terminar el sendero, un baño en las aguas tranquilas del caño. Más un juego que otra cosa porque al final acaban llenos de arena pero me encanta meterme con ellos.
Al regresar al coche lo primero que hago es sacar sus cuencos y darles agua. Luego con unas toallas viejas que han quedado para este uso, limpio sus patas y sacudo su pelo. Y, arriba, que ya es hora de volver a casa.
6 comentarios:
Ay!!, Leo, si no fuera mi perro tan antipático, iríamos juntas. Unas fotos preciosas
Un beso
Lola
Loli, quizá si se van conociendo se lleven bien. Me encantaría que vinieras a dar un paseo por el sendero. Un beso
No conozco las playas gaditanas. Es una asignatura pendiente. Picado por la curiosidad he indagado sobre el islote de Sancti Petri y leido la historia del templo de Hércules Gaditano y del castillo posterior. Me prometo visitar lo más pronto posible ese enclave de nuestra Andalucía. Magníficas fotos las realizadas a lo largo de tu sendero.
Un abrazo.
Seréis bienvenidos a esta ciudad. Si os ponéis en contacto conmigo prometo ser vuestro cicerone. Un beso.
Es verdad, Leo, a mi tampoco me sale
Lola
No he puesto ninguna entrada nueva. Estaba haciendo pruebas y se ha quedado ahí esa foto. Un beso y perdonad mis errores.
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