miércoles, 1 de febrero de 2017

ESTE JUEVES: DÍAS DE LLUVIA





Con la nariz pegada al cristal del postigo del cierro la niña observa el chaparrón que cae como una densa cortina difuminando las fachadas y los árboles del parque cuyas ramas  bailan una danza arrítmica. Detrás de la niña está sentado el abuelo  que desde que se jubiló gusta de pasar algunas horas sentado en ese lugar que está  dentro y fuera de la casa, su sitio preferido por la luz que le proporciona para leer; el viejo intenta manejar no sin cierta dificultad las inmanejables hojas del Diario de Cádiz. El agua abrillanta los chinos de la calle y  por improvisadas vaguadas corre entre ellos formando minúsculos riachuelos. Su abuela ha sacado las macetas de aspidistra para que se empapen de agua caída del cielo y la niña mira ensimismada como chorrean las grandes hojas que empujadas por la fuerza del chaparrón parece que se van a quebrar.  El abuelo le explica la forma de saber si la tormenta se está alejando y la niña observa atenta y una vez que ve el azul eléctrico del relámpago empieza a contar uno,dos,tres,cuatro,cinco...y se oye el tronar ensordecedor.
- ¡Abuelo, nueve! Y espera a que el cielo se vuelva a iluminar para volver a contar. 
Cuando cesa el aguacero,  un fino sirimiri sigue acariciando las hojas que se ven de un verde luminoso, limpias y brillantes. La gente va de un lado a otro con rapidez, guarnecidos con grandes paraguas y botas de agua. Algunas mujeres pasan camino de la plaza cobijada la cabeza bajo el cesto de la compra.  En los cristales de la montera suena con mayor o menor intensidad el golpeteo del agua que va cambiando el ritmo al compás de la lluvia convertida en  directora de una orquesta sinfónica  natural. 
Por uno de los ventanucos que se quedó abierto y que han subido con premura a cerrar, se ha colado la lluvia impetuosa que ha encharcado una zona del patio. Desde algunas juntas de la acristalada pirámide rezuman gotas, y en breve el abuelo tendrá  que reemplazar la masilla que sirve de estancamiento.
Cuando acaba la llovizna la calle vuelve a recuperar el ir y venir de sus gentes, las mujeres esperan para colocar de nuevo las macetas en casa a que éstas desagüen  un poco. Los chiquillos corren a buscar las limas para jugar al pincho en las zonas terrosas que ablandadas por el agua están propicias para clavar con facilidad. La niña sale con su tiza y vuelve a dibujar sobre las grandes losas de Tarifa los cuadros en los que juega a la china y con su trozo de mármol espera sentada en el escalón de la casapuerta a que aparezca alguna amiga con la que compartir su esquemático castillo. 






viernes, 27 de enero de 2017

SIN VOZ





No sé dónde encontrar mi voz

No sé dónde buscar la tuya

Hambrienta llegó la muerte hasta nuestra casa

Despiadada apretó tu corazón enamorado

Arrancándote la vida

Tú, siempre cumplidor de tu palabra

Juntos hasta la muerte

Te has burlado de la parca

Que no ha logrado separaros

 sin otro sueño que el sueño compartido

ella te ha seguido

Ha seguido el rastro de tu amor infinito

ha asido tu mano en las tinieblas

para caminar como siempre

siguiendo el mismo compás

De nuevo oigo vuestras risas al otro lado de la puerta

Vuestros murmullos de amantes

De nuevo los besos y la vida

Y yo no sé dónde buscar mi voz





miércoles, 18 de enero de 2017

ESTE JUEVES: DE TUTORES Y TURORÍAS



Esta semana nos vemos en el blob de San que nos propone escribir sobre tutores. Bienvenida de nuevo al grupo como anfitriona. 


Él llegó al mismo tiempo que el resto. Cada uno ocupó el lugar que sería su sitio para siempre. Ahí no había posibilidad de cambiar, donde te toca te toca. Empezaron a pasar los meses y por días se les veía crecer y fortalecerse, las horas al sol y la buena alimentación estaban favoreciendo que su crecimiento fuera rápido y estaban orgullosos de su aspecto. Todos menos uno que apenas había cambiado desde que llegara, por más que lo intentaba no era capaz de mantenerse erguido pues era de constitución endeble y sus fuerzas no le permitían espigarse como los demás para alcanzar más horas de sol. Pasaba el tiempo y él cada día más triste se dejaba caer hacía un lado y a punto estuvo de besar la tierra cuando un anciano del lugar pasó por allí y lo miró. Después de quedarse un rato observando alrededor se dio cuenta del motivo por el que el pequeño no lograba despuntar. Los demás habían crecido y habían adquirido un volumen tan hermoso que sus copas no dejaban pasar la luz que tanto necesitaba el infortunado. El anciano pensó que aquel individuo necesitaba ayuda si no perecería, y se acercó para tantear su cuerpo con la idea de comenzar cuanto antes su rehabilitación. 
-No te preocupes muchacho, aún estás en edad de crecer y eres tierno. Volveré y empezaremos a solucionar tu problema.
Esa misma tarde, provisto de un palo que utilizaría a modo de tutor, escavó junto al pie del arbolito y lo enterró con cuidado de no dañar sus enfermizas raíces. Todos los días se acercaba al bosque para visitar a su pupilo que fue enderezándose y cogiendo fuerzas ayudado por aquella tutoría que logró hacer de él un ejemplar fuerte. 



En recuerdo de mi abuelo que me enseñaba cosas de la vida. "El arbolito debe ser enderezado desde chiquitito".




miércoles, 11 de enero de 2017

ESTE JUEVES: ¿JUEGAS CONMIGO?



Propuesta de nuestra amiga Lucía Escribano a la que deseamos que todo vaya bien y le mandamos un montón de besos.

El patio de mi casa es particular cuando llueve se moja como los demás. Agáchate y vuélvete a agachar, que las agachaditas no saben bailar. H, I, J, K, L, M, N, A, que si tú no me quieres, otro amante me querrá. Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo. A estirar, a estirar, que el demonio va a pasar… Aún resuenan en mi recuerdo las canciones que tantas veces coreamos jugando a la rueda. Quizá no afinábamos y ni siquiera comprendíamos bien las letras que cantábamos pero nunca las olvidaremos. Era un tiempo en el que no nos planteábamos el sentido de la vida ni temíamos nada más que a los fantasmas que imaginábamos en la oscuridad. La mayoría de los juegos los disfrutábamos en la calle que en aquella época pertenecía a las personas y no a los vehículos, por mi calle solo pasaba el carro de la basura y algún vendedor como el de los helados con su carrito impulsado a pedales. Tengo una muñeca vestida de azul con su camisita y su canesú. La saqué a paseo se me constipó; la tengo en la cama con mucho dolor. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, y ocho veinticuatro, y ocho treinta y dos. ¡Ánimas benditas me arrodillo yo!   No sabíamos sumar pero con qué seguridad entonábamos la cantinela. A tapar la calle, que no pase nadie. Que pase mi abuelo comiendo buñuelos. Que pase mi abuela comiendo ciruelas. Que pase mi tía comiendo sandía. Que pase mi hermana comiendo manzana. Y ni idea de que estábamos rimando pero todo iba quedando dentro, marcando poco a poco las bases de lo que durante años iríamos aprendiendo a manos de los muchos maestros que nos marcarían con más o menos fortuna. 


Nos enlaza Verónica en su blog Censura Siglo XXI



A PARTIR DE UN PÁRRAFO: MIGUEL DELIBES




El Puente Viejo de Ávila, óleo sobre lienzo de Joaquin Sorolla.

La actividad  para el lunes día 16 de enero de 2017 en la Tertulia Rayuela, propuesta en esta ocasión por mí, nos incita a continuar escribiendo a partir de un párrafo de la primera novela de Miguel Delibes, "La sombra del ciprés es alargada", publicada en el año 1948 y que obtuvo el Premio Nadal en 1947.

"Apenas desayunados solíamos dejar la casa de don Mateo. Fany nos acompañaba en nuestras excursiones mañaneras que rara vez variaban su itinerario. Nos agradaba salir al paseo del Rastro cuando el sol comenzaba a dorar el verdeante valle de Amblés. Por el paseo, bordeando la muralla, llegábamos hasta los marjales del Adaja, donde gustábamos de matar las horas hasta que se hacía el momento de comer". Los días de vacaciones iban siendo consumidos sin apenas darnos cuenta, recorríamos aquel paisaje veraniego que nada tenía que ver con el que se nos colaba pasado el otoño, cuando las nieves cubrían con su implacable blancura cualquier vestigio de color convirtiendo el valle en una inmensa nube de algodón. Las aguas del río donde tantas tardes habíamos nadado hasta el agotamiento, en invierno aparecían heladas y daban la sensación de estar detenidas en el tiempo. En su superficie quedaban expuestas como en un escaparate un sinfín de hojas, ramas pequeñas, insectos de acristaladas alas y algunos trozos de papel que pudieron pertenecer a una nota de amor olvidado. El período canicular nos volvía perezosos y tras la hora del almuerzo había días que preferíamos esperar al atardecer para salir de la casa y acercarnos de nuevo hasta la muralla por donde a esa hora vespertina empezaban a aparecer las muchachas con sus risas atipladas y sus miradas lánguidas. Mi amigo y yo intentábamos entablar conversación con alguna de ellas en particular, casi siempre atraídos por las que parecían más animosas pero acercarse era una misión casi imposible porque en cuanto alguna se veía abordada el resto acudía en su socorro como si las fuéramos a devorar con las palabras y se alejaban hasta apoyarse sobre las piedras cuchicheando como cotorras y lanzándonos miradas de soslayo con el coqueteo propio de la edad. Tal como oscurecía salían en bandada hacia sus casas desapareciendo como por encanto al dar las campanadas del reloj de la catedral. Nosotros retomábamos el camino de vuelta algo decepcionados pero con el convencimiento de que al día siguiente volverían y quizá antes de que acabaran las vacaciones nos veríamos recompensados, aunque solo fuera por nuestra constancia, con algunos momentos que guardar en los recuerdos de aquel verano de la adolescencia.