Con la nariz pegada al cristal del postigo del cierro la
niña observa el chaparrón que cae como una densa cortina difuminando las
fachadas y los árboles del parque cuyas ramas
bailan una danza arrítmica. Detrás de la niña está sentado el abuelo que desde que se jubiló gusta de pasar algunas
horas sentado en ese lugar que está
dentro y fuera de la casa, su sitio preferido por la luz que le
proporciona para leer; el viejo intenta manejar no sin cierta dificultad las
inmanejables hojas del Diario de Cádiz. El agua abrillanta los chinos de la calle y por improvisadas vaguadas corre entre ellos formando minúsculos riachuelos. Su abuela ha sacado las macetas de
aspidistra para que se empapen de agua caída del cielo y la niña mira
ensimismada como chorrean las grandes hojas que empujadas por la fuerza del
chaparrón parece que se van a quebrar. El abuelo le explica la forma de saber si la tormenta se está alejando y la niña observa atenta y una vez que ve el azul eléctrico del relámpago empieza a contar uno,dos,tres,cuatro,cinco...y se oye el tronar ensordecedor.
- ¡Abuelo, nueve! Y espera a que el cielo se vuelva a iluminar para volver a contar.
Cuando cesa el aguacero, un fino sirimiri sigue acariciando las hojas
que se ven de un verde luminoso, limpias y brillantes. La gente va de un lado a
otro con rapidez, guarnecidos con grandes paraguas y botas de agua. Algunas
mujeres pasan camino de la plaza cobijada la cabeza bajo el cesto de la
compra. En los cristales de la montera suena
con mayor o menor intensidad el golpeteo del agua que va cambiando el ritmo al
compás de la lluvia convertida en directora de una orquesta sinfónica natural.
Por uno de los ventanucos que se
quedó abierto y que han subido con premura a cerrar, se ha colado la lluvia impetuosa
que ha encharcado una zona del patio. Desde algunas juntas de la acristalada
pirámide rezuman gotas, y en breve el abuelo tendrá que reemplazar la masilla que sirve de
estancamiento.
Cuando acaba la llovizna la calle vuelve a recuperar el ir y
venir de sus gentes, las mujeres esperan para colocar de nuevo las macetas en casa a que
éstas desagüen un poco. Los chiquillos
corren a buscar las limas para jugar al pincho en las zonas terrosas que
ablandadas por el agua están propicias para clavar con facilidad. La niña sale
con su tiza y vuelve a dibujar sobre las grandes losas de Tarifa los cuadros en
los que juega a la china y con su trozo de mármol espera sentada en el escalón
de la casapuerta a que aparezca alguna amiga con la que compartir su
esquemático castillo.
16 comentarios:
Con qué arte y cercanía, nos cuenta Leonor momentos guardados entre sus recuerdos. Emociona. Pero hay situaciones en las que leer algo tan bien escrito y con tantos sentimientos, impulsa a compartirlos. Y de qué manera.
Una forma agradable y cercana de llevarnos a momentos vividos hace años, que es imposible olvudar.
Además, hay circunstancias que hacen que este tipo de situaciones, recordadas de manera tan admirable, tengan un impacto mayor al leerlas.
Hola Leo: He visto al abuelo, a la niña a la abuela sacando las macetas a regar. Es un recuerdo explicado tan bién que uno se encuentra metido en la escena y formando parte de ella. Gracias por compartir. Un besazo.
Qué día de lluvia tan agradable Leonor, que tiener imagén la que has dibujado con cada una de tus palabras. Me siento junto a esa niña para poder jugar con ella al "colache", así llamamos aquí a ese juego.
Un abrazo lleno de cariño.
Un relato costumbrista, narrado con frescura y delicadeza, siguiendo el ritmo que marca la naturaleza, Así tal cual mas o menos son mis recuerdos. Un abrazo
En los días de lluvia y nieve es muy frecuente traer a los recuerdos a nuestros abuelos y tú los plasmado divinamente , los recuerdos de ellos , precioso escrito nos has transportado a la infancia y a días de lluvia.
Un abrazo
Una estampa real de aquellos días de lluvia de la infancia en la que los abuelos están, aunque parezca que no están.
Me robó Ester el comentario, un hermoso instante de la vida transcurrido en tiempo real en una casa cualquiera...
Un abrazo muy grande, compi.
La lluvia desde la perspectiva infantil y familiar.
Besos.
¡Hola! Precioso relato, casi marcado por el compás de la lluvia, me ha hecho recordar a mi madre, que siempre que llueve es ella la primera en sacar las macetas al jardín —que no son pocas—.
¡Un abrazo!
Me has hecho sentir el olor de la lluvia, el sonido de cada una de sus gotas. Me he adentrado en rincones de tu infancia, con los ojos muy abiertos sintiendo detras mio la calidez de un abuelo. Preciosisimo, besos.
Contigo me pasa que cierro los ojos y me veo jugando en esas calles, las mismas costumbres y esa dulce sencillez de sentirnos niños de nuevo...
Un abrazo
me ha encantado tu pintura, Leonor!
me ha llevado a mi infancia en Gualeguay, mi cuna querida.
y me ha besado los labios esa palabra sirimiri para nombrar a la llovizna. qué dulzura!
ese juego es la Rayuela? me parece que si! el de esperar a los amigos después de la lluvia.
abrazos de infancia Leonor!
Un gran relato Leonor. La lluvia vista por los niños es un auténtico acontecimiento y sobre todo los rayos, tal como tú lo explicas.
Un abrazo
Una descripción de un día de lluvia, pormenorizado y costumbrista, dotado de la belleza inmensa de las cosas sencillas. He vivido muchos días así, y me has hecho recordar momentos de mi infancia, aunque sigo disfrutando de los días de lluvia. ¿Sabes?, nunca me ha importado caminar bajo la lluvia, en plena naturaleza siempre que la misma no fuera torrencial. Muy buena aportación a este jueves, Leonor.
Un fuerte abrazo.
Siempre me han fascinado las tormentas, habría sido adorador de Thor si se hubiera dado el caso, tanto por la banda sonora, digna de la mejor orquesta sinfónica, como por el espectáculo de luces. Las he visto a través del cristal, muchas con mi hija Nuria.
Y lo has descrito muy bien, tanto el momento como lo que ocurre tras la tormenta.
Besos.
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