Relato inspirado en esta imagen.
El día había estado gris,
cubierto desde el amanecer por un denso manto de nubes oscuras que a intervalos
cortos fueron jarreando sobre las calles intensos chaparrones. La tarde
oscurecería antes de lo que suele hacerlo
en esta época del año. Los días nublados
entristecen, pensó Paula, y se refugió en su rincón de lectura donde solía
pasar muchas horas. Cogió el libro que estaba apoyado en la mesita, lo abrió
por la página marcada y se dispuso a disfrutar de la historia. Sobre la mesa
humeaba una infusión de té verde aromatizado con pétalos de rosas y flores de
jazmín.
A pesar de lo desapacible del día, ella, una mujer de rutinas, no pudo
renunciar a su paseo diario por la orilla del mar. Dentro de poco la oscuridad
se iría adueñando de la luz y borraría los perfiles de la ciudad que quedarían
marcados por la amarillenta iluminación de las farolas del paseo.
Llegado el momento del
ocaso, el sol no quiso desaparecer sin despedirse y se abrió en el horizonte una
franja de luz como una pincelada refulgente que separó la cortina atezada, del
fondo montañoso, y todo quedó iluminado por los dorados rayos que resbalaron
sobre las aguas extendiendo sus matices ocres sobre la arena que en ese momento
se asemejó al cielo. Su alma agradecida se sumergió en el calmoso mar y se dejó
llevar por aquel camino de luces. La
espuma de las olas acariciaba con suavidad su piel desnuda, libre ya de toda
tristeza, inundados sus ojos por la belleza de tan mágico atardecer.
2 comentarios:
Un precioso relato. Da gusto leerlo.
Es la magia de la naturaleza, lo mismo me produce la orilla del mar en invierno, con frío, lloviznando, al amanecer... siempre que el mar me acepte y nadie más haya en la cercanía.
Un beso, compi.
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