Al cruzar el puente que separa la
villa del resto de la península, decide encaminar sus pasos por la zona de la albina para evitar el camino real donde
es habitual encontrarse con vecinos que, al igual que ella están sufriendo
las penalidades del hambre. Los alimentos escasean pero ella,
que ha adquirido una gran fama como cocinera, vuelve bien abastecida, la
mayoría de veces de sobrantes de los platos que ella prepara, acordado así como parte
de su retribución al contratar sus servicios. Los conocidos con los
que se cruza saben que esta mujer pequeña de cuerpo y de genio alegre, vuelve siempre con la esportilla llena de
alimentos, por lo que ella procura no atravesar el centro, más
que nada para no suscitar envidias.
Juana hace el camino andando, pocas veces
ha tenido la ventura de ahorrarse la caminata al ser recogida por algún
carruaje que vaya en la misma dirección y se ofrezca a acomodarla en la
parte trasera. A ella le gusta ver nacer el día y notar los primeros rayos
de sol sobre su rostro, mirando cómo resplandecen en el asperjado de las
plantas. Le complace caminar disfrutando el sonido de las aves de las marismas
y sintiendo el olor de las aguas salineras. Viste siempre con batas de color
oscuro que cubre en la parte delantera con un delantal bien escamondado, y
nunca olvida un par de alpargatas que usa para trabajar, envueltas en un trozo
de papel y metidas en una talega que cuelga de su esportilla. A la vuelta de la jornada,
desde bastante distancia, columbra las torres de la iglesia Mayor y
recuerda que nada más entrar en la callejuela donde se encuentra su casa, sus
hijos saldrán a su encuentro saltando como cabritillos y rebuscando en los
bolsillos del delantal donde siempre encuentran alguna galleta o unas onzas de
chocolate, pequeñas delicias en tiempos de estómagos famélicos.
Juana sale por la mañana aún sin amanecer para recorrer los kilómetros que la
separan de los cortijos. Tras una larga jornada vuelve a recorrer los mismos
caminos llegando casi al atardecer. Su caminar apresurado por la premura de
llegar a su hogar le provoca una respiración jadeante y cuando se detiene en el
puesto de consumo situado a mitad del puente recobra el resuello mientras
responde cansinamente a las preguntas de los carabineros. Pasado el trance
siempre temido, continúa su camino con la satisfacción del trabajo cumplido y
la alegría de llevar a su casa lo que en la mayoría de las casas
isleñas no entra desde hace mucho tiempo.
A mi bisabuela, a la que solo he conocido por los recuerdos de sus descendientes.
3 comentarios:
Un precioso recuerdo, que pone luz a la vida en La Isla en aquellos tiempos, resaltando los grandes valores de una mujer extraordinaria.
Una vida ejemplar, solo lo he leído en las novelas pero se de su existencia, mujeres valientes y decididas. Que bonito que la recuerdes. Un abrazo
Que bien suenan las historias, cuando se adoban con amor y bellos recuerdos. Y sobre todo, cuando se escribe desde el orgullo de haber sabido vivir en aquella época gris y macilenta.
A veces,quizás como enseñanza, es menester recordarlo.
Besos.
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