Sentada en una esquina de la cafetería veía llegar todas las tardes a los mismos clientes, eran chicos universitarios de diferentes países, hablando diferentes idiomas pero todos en perfecta comunicación. Ella pensaba... es para preocuparse cuando los que pueden entenderse sin trabas porque hablan la misma lengua sean incapaces de comunicarse mientras que con solo un poco de interés, otros sean capaces de hablar incluso sin palabras. Hay un idioma universal que es el de los gestos, las miradas, las sonrisas y las ganas de hacerse entender y ayudar, eso lo sabemos bien los españoles y especialmente los andaluces ( perdonad que tiré pa mi tierra, pero es así), ya puede ser alemán, francés, americano, sueco, o de la conchinchina, que un andaluz se desvive por entender lo que necesita el extranjero e indicarle lo más correctamente posible dónde se encuentra lo que busca, si hace falta y tiene tiempo es capaz hasta de acompañarlo.
La mujer de la cafetería observaba a los universitarios que reían y hablaban una mezcla de idiomas que a ella le resultaba sorprendentemente comprensible, allí se mezclaban palabras de todas sus lenguas y escuchar aquella mezcolanza de sonidos le inspiraba un concierto musical, un lenguaje que todos sabemos entender, el de la música, un lenguaje universal. Ella recordaba en su rincón los años en que estuvo en la universidad y la algarabía que se formaba en el patio cuando se juntaban los estudiantes españoles con los que venía con becas de otros lugares que quedaban gratamente sorprendidos de lo bien que podían entenderse con los gaditanos, con ese acento particular, ese afán por economizar el lenguaje y esas palabras propias de sus conversaciones, como muletilllas que identifican a los hablantes de esa tierra.
La universidad era siempre una fiesta, recordaba la mujer, porque cuando no era por un puente era porque se acercaba la Navidad, los carnavales, la Semana Santa, o la entrada de la primavera, el caso es que siempre había ganas de festejar. A su memoria llegó la frase que dijo un catedrático de latín cuando fue destinado a Cádiz llegado de la Complutense de Madrid: "Esta facultad tiene un calendario algo extraño, el curso es una continuidad de días festivos donde se intercalan los lectivos". Y es que en Cádiz se habla un idioma que todos pueden entender, una lengua rítmica, salerosa, llena de sabiduría que por algo es la ciudad con más antigüedad, y acostumbrada a entenderse con cada uno de los pueblos que han llegado atraídos por su belleza y situación geográfica. Todos entendemos cuando se dice: " En Cádiz hay que mamar", frase que no hace referencia al erotismo ni al mal gusto, todo lo contrario, es como decir que quien nace en Cádiz tiene asegurada una cultura milenaria que solo aquí puede adquirirse, o bien que quien visita Cádiz y se sumerge en su historia ya está mamando de sus fuentes. El gaditano, con esta frase, proclama a su ciudad Loba Capitolina de la cultura andaluza, modelo de sabiduría, crisol de civilizaciones, como dijo Antonio Burgos.