Se encontraba una vieja sentada en un poyete a la puerta de su casa cuando pasó un soldado que venía de tierras lejanas. El joven que venía harto de caminar por senderos terrizos y bajo un abrasador sol, se acercó a la vieja con la intención de solicitarle algo para saciar la sed que lo estaba matando, y había visto que la mujer tenía a su lado una cantarilla. Así fue como el muchacho se dirigió a la vieja y le dijo: -Le importaría darme un poco de agua que vengo sediento del camino. La mujer se apiadó del muchacho y le ofreció la cantarilla que tenía un borde roto. El soldado, cuya sed era mucha pero era escrupuloso, pensó que la vieja bebía del mismo botijo y le dio asco, pero al darse cuenta de la mella en el filo se dijo que bebería por dicho lugar ya que ella lo haría por un sitio no estropeado.
Cuando terminó de beber la vieja le dijo: - ¡Ay, qué gracia tiene! Ha tenido el mismo gusto que yo, que siempre bebo por ese sitio.