A Mari Pepa, en un principio no le gustó el infernillo de
petróleo que sustituyó a su viejo anafre del que no quiso desprenderse trasladándolo a un rincón cubierto
que tenía en la azotea, y allí siguió haciendo su café todas las mañanas y
muchas tardes, según se hubiera ido consumiendo porque eran tiempos de café de
puchero, recién molido en el molinillo de madera y calentado hasta que las
zurrapas lo hacían imbebible. Sus pasos tranquilos por la azotea, con sus
zapatillas de tela eran uno de los sonidos que acompañaban mis despertares, eso
y el runrún de la ropa refregada sobre el lavadero de madera que había en un
lebrillo grande de barro. Eran sonidos matinales, sonidos de mi niñez. Mari
Pepa, mi abuela, a la que siempre vi vestida con trajes de tonos marrones por
una promesa que hizo cuando su hijo mayor fue a la guerra, era una mujer
tranquila, acostumbrada a vivir sin prisas. Seria y cariñosa, su delantal era
mi cobijo en muchas ocasiones y sus faldas mi almohada cuando en invierno nos
sentábamos a oír la radio junto a la copa que horas antes ella había
preparado con un poco de carbón, picón y cisco. Muchas veces y cuando ya me
dejaban aventurarme por las calles cercanas, lo compraba yo en la carbonería que estaba junto a la pescadería. El recuerdo de la copa me trae el olor de la alhucema que, como la manzanilla, el orégano, las tisanas y otras hierbas, se
compraba en paquetitos que traía un vendedor ambulante. Pero a lo que íbamos, a los olores de los
guisos, a los aromas de aquellas cocinas donde mis papilas gustativas experimentaron
por primera vez los sabores dulces, los salados, los ácidos. Me encantaba arrimarme
a mi abuela para que me mojara un trozo de pan en el tomate que estaba friendo,
me gustaba ese gustillo ácido mezclado con el saladito y luego, una vez hechas
las sopas de tomate toda la casa olía a hierbabuena.
-Abuela, dame pan. Y ella contestaba: -Pan con pan comida de tontos. No se me podrá olvidar jamás esa respuesta y cada vez que hago esa receta vuelvo a recordarla.
La hierbabuena es uno de los olores que más relaciono con las recetas de mi abuela, me evoca muchos recuerdos porque al caldo de puchero, que yo creo que se hacía casi a diario, siempre se le ponía esta hierba que adornaba todas las azoteas isleñas en viejos cajones o macetas de barro. Mari Pepa dejó de cocinar definitivamente cuando se cerraron las carbonerías y llegó el gas butano, su anafre y su soplador quedaron en la azotea como recuerdo de otra época y más tarde, cuando ella se fue a descansar para siempre, alguien decidiría que esas antiguallas no servían ya para nada y fueron arrojadas al olvido, pero aquí estoy yo para que sigan vivas.
-Abuela, dame pan. Y ella contestaba: -Pan con pan comida de tontos. No se me podrá olvidar jamás esa respuesta y cada vez que hago esa receta vuelvo a recordarla.
La hierbabuena es uno de los olores que más relaciono con las recetas de mi abuela, me evoca muchos recuerdos porque al caldo de puchero, que yo creo que se hacía casi a diario, siempre se le ponía esta hierba que adornaba todas las azoteas isleñas en viejos cajones o macetas de barro. Mari Pepa dejó de cocinar definitivamente cuando se cerraron las carbonerías y llegó el gas butano, su anafre y su soplador quedaron en la azotea como recuerdo de otra época y más tarde, cuando ella se fue a descansar para siempre, alguien decidiría que esas antiguallas no servían ya para nada y fueron arrojadas al olvido, pero aquí estoy yo para que sigan vivas.