¡Tita!, ¿falta mucho? Era mi cansina pregunta cuando mi tía,
cansada ya de haber trabajado toda la mañana en la casa de mis abuelos, se sentaba delante de la máquina de coser para
hacerme un vestido. No sé cómo tenía paciencia para soportar mi inquietud. La vieja
máquina ahora ya obsoleta, era manejada
con habilidad, impulsada por un pedaleo rítmico que le imprimía mi tía con
sus pies estratégicamente situados, uno un poco más adelantado para empujar
hacia delante y otro más abajo para inclinar el pedal hacia ella. La patilla plateada caminaba sobre la tela haciendo
entrar y salir la aguja enhebrada que iba uniendo las piezas que formarían mi
vestido. Pero el suplicio no era solo mi rutinaria machaconería, es que además
yo quería participar y con los retales del corte andaba dando la lata para que
me dejara probar mi destreza en aquel artilugio que, hoy, al mirarla, me trae tan bellos recuerdos, no solo por las
horas pasadas junto a mi querida tía, también por el soniquete que rompía el
silencio de la hora de la siesta cuando estaba trabajando. Mi tía con su inmensa ternura, me
conformaba dándome un trozo de tela y una aguja para que aprendiera a hilvanar
pero pasaba más tiempo ensartando el hilo que cosiendo. A cada rato tenía que
probarme para ver si todo estaba quedando ajustado y cada vez era más perfecto
hasta que se daba por terminada la faena y solo restaba hacer los dobladillos
que se hacían a mano y si era el caso, pegar los botones y hacer los ojales,
que aquellas máquinas antiguas no hacían esas cosas. Las primeras pruebas eran
algo decepcionante porque yo no acababa de ver que aquello se pareciera a un
vestido pero poco a poco iba mejorando y, delante del espejo del armario de la sala, que
era la habitación donde dormíamos las dos, la única de la casa que tenía un
cierro a la calle, me quedaba admirada al ver que de un trozo de tela mi tía
hubiera conseguido sacar un vestido que estaba deseando estrenar.
17 comentarios:
Bonitos recuerdos. Mi madre todavía tiene unas cuantas máquinas de coser que ha ido heredando. He de admitir que lo de dar puntadas no es lo mío.
Un saludo.
Un relato precioso. Hace recordar momentos que, de una u otra forma, muchos hemos vivido.
Pero Leonor lo cuenta con ese estilo, ese arte y esa cercanía, que acompaña todo lo que escribe.
La magia de los objetos. Parece que los hemos olvidado y un día, de repente, una foto, un aroma o una canción nos hacen recordar que los llevamos con nosotros, ocultos en el corazón.
Mi mamá tenía una que tiene aún (la conservamos sin que sea usada) un mueble en donde se guardaba y se extendía en forma de mesa desplegada cuando se cosía. Abajo, a modo de improvisada casita o refugio para mis juegos invernales mientras mi mamá cosía, me dejaba volar con la imaginación, mientras me sentía protegida. Gracias por ayudarme a evocar aquellas tardes de lluvia de mi infancia.
=)
Que bonito relato, en mi casa se cosía y bordaba mucho. Su maquina era una Singer con un mueble taraceado precioso, la mía está en una caja y si hace ojales pero no tiene el encanto de aquella ni la imagen de mi madre. Un abrazo
Qué relato más entrañable Leonor! Me ha recordado a mi abuela y a mí.Mi madre todavía tiene una máquina de coser y ya no hace vestidos pero si arreglos de todo tipo para ella, para mi hermana y para mí. Yo jamás aprendí a coser a la máquina, me parece muy díficil.
Muchas gracias por participar!
Un beso
Precioso, Leonor. Tanto el relato como esa ternura que trasmite la acción que narras, donde hay una ilusión y alguien dispuesto a que esa ilusión sea realidad.
Besos y hasta pronto.
Un lindo relato. Las máquinas de coser tienen una historia muy incorporada llenas de calidez. Saludos Leonor
Leyéndote me parecía estar viendo a mi madre, gracias por el instante que me has hecho pasar.
Mi mami trabajó mucho miediendo, cortando y copiando patrones para hacernos la ropa en casa. La máquina de coser de pedales todavía funciona y yo la uso, no con frecuencia, pero sí me resulta útil en muchas ocasiones.
¡Qué recuerdos del tracatracatracatraca....!!
Beso.
Queridos amigos, cuánto me alegro de haber evocado esos recuerdos que todos llevamos guardados ya sea alrededor de una máquina de coser como de otros objetos que también están en desuso pero que durante nuestra niñez eran cotidianos. Porque, ¿verdad que recordáis el molinillo en el que se molían los granos de café? Yo lo recuerdo a la hora de la merienda. La única comida del día que hacía con gusto porque no era buena comedora, pero ese café con mucha leche y muy dulce, con unas rebanadas de pan tostado con manteca colorá, eso era una delicia.
Gracias por vuestro comentarios. Un beso.
Leer estas notas tan bonitas, como esa del molinollo de café, sí qué es una verdadera delicia, alrededor de los recuerdos.
Y así pasaban buenos momentos, que ahora nos contás.
Saludos.
Que ternura de relato, esos recuerdos son imborrables, Leonor. Que lastima que esta máquina se haya quedado obsoleta, perdida en el tiempo.
Abrazo
Hay mucha nostalgia en ese relato que viene a recordarme la maquina primera de mi madre y otra posterior de una tía modista que ha durado hasta mi último traslado a Castellón.
Eran tiempos en los que todo se hacía y se arreglaba en casa, pero también eran tiempos en los que la mujer era esclava de esa casa.
Yo brindo por las tiendas de arreglos, por los pret a porter y por la libertad de las mujeres.
Un beso.
Eso si que era verdadera destreza. Yo también tenía una tía modista y aún me acuerdo de aquellas entrañables máquinas, incluso hay gente que las colecciona y las coloca de adorna para decorar sus tiendas.
Un abrazo
Tal vez la máquina deje de coser pero te aseguro que sus patas son ideales para una mesa de madera o de cristal. A mí me gustan.
Y esas máquinas lo cosían todo. Las de ahora, mil programas y al final, nada.
Un beso enorme.
Publicar un comentario