¿Qué ha pasado con aquellos largos veranos?.
Cuando era una niña las vacaciones del verano eran infinitas, acababa teniendo ganas de volver al colegio porque ya me empezaba a aburrir de tanto ocio. Entonces no se iba de viaje a lugares famosos y lejanos, sólo íbamos a las playas cercanas y por las noches al cine de verano, con la cena a cuestas y la cantimplora de agua para no engolliparnos con la bola pastosa de las yemas de los huevos duros. Era como una excursión nocturna.
Mi tío Antonio, que era capitán del Ejército de Tierra, vivía en los pabellones militares junto a la playa de la Caleta en Cádiz, allí pasé muchos días felices con mis primas.
Todas las mañanas desayunábamos pan tostado con tocino del puchero de la cena anterior, porque todas las noches se cenaba un plato de sopa aunque hiciera un calor del demonio. Luego nos bajábamos a la playa que estaba al cruzar la calle y entre chapuzones y ahogadillas, saltos sobre las olas y castillos de arena íbamos pasando las horas, sólo nos preocupaban nuestros pies cuando andábamos descalzos sobre las rocas en busca de burgaíllos, caracoles y escurridizos camarones.
Cuando subíamos a la casa ya estaba el baño preparado con agua fresca para quitarnos la sal. Una pastilla de jabón Heno de Pravia pasaba de mano en mano saliendo disparado muchas veces hasta el pasillo, con la consiguiente regañina, a la que, la buena de mi tía Isabel, era incapaz de dar un tono realmente serio.
Luego todos alrededor de una gran mesa en la cocina nos disponíamos a reponer fuerzas siempre con nuestro refresco de naranja de La Revoltosa. Recuerdo una vez que ibamos a comernos unos huevos fritos cuando llegó de la playa mi primo Manolo, uno de los mayores y un guasón de mucho cuidado, entró en la cocina y con los dedos como las pinzas de un cangrejo violinista, fue cogiendo los huevos de todos los platos y comiéndoselos de un bocado. Se armó la marimorena, todos chillando y mi tía con la zapatilla en la mano corriendo detrás de él.
Cuando empezaba a atardecer bajábamos a comprar pipas para ver la película del cine Caleta que teníamos la suerte de tener frente a la terraza de la casa. Así que tras la cena, con el regusto de la hierbabuena aún en la garganta, ya estábamos todos sentados en nuestro sitio esperando el comienzo de los anuncios para ver que nos tocaba, éste para ti, el próximo para mí, y el siguiente para Maite, y se formaba una algarabía con cada anuncio que aparecía. Ya cuando empezaba la película guardábamos un poco de silencio.
Cuando terminaba la primera proyección todos a la cama porque la segunda era para los mayores que apenas le prestaban atención porque preferían hablar de sus cosas, despreocupados de tanto crío y finalizado el trabajo del día.
Para mí eran largos días, y largas semanas y largos meses, deseando al final que llegara el día de recoger los libros para el curso que empezaba y meter entre sus hojas la nariz para aspirar su olor a libro nuevo.