Vieja friendo huevos, óleo sobre lienzo, Diego Velázquez.
Erase una vez, hace muchos años, vivió una mujer valiente que todos los días salía de su casa al amanecer y volvía ya atardeciendo. Sus hijos quedaban al cuidado de su abuela que se encargaba de que no les faltara ni cuidados ni cariño.
Eran años de escasez y muchas mujeres con escasos recursos tenían que trabajar para familias de posibles. Este era el caso de Juana que trabajaba de cocinera. Su fama se extendía por toda la zona y no le faltaba cocina en la que ejercer su oficio. Cada vez que solicitaban su ayuda tenía que caminar varios kilómetros pero ella iba alegre sabiendo que volvería con alimento para su familia. De los grandes banquetes que magistralmente preparaba sacaba suficientes provisiones para llevar a casa, siempre con el beneplácito de los señores que agradecidos por los exquisitos platos que les preparaba no tenían inconveniente en que se llevara algunos víveres.
Lo peor era llegar hasta casa sin ser sorprendida en el camino por maleantes hambrientos o, peor aún, por los carabineros que se apostaban en los caminos para vigilar el estraperlo, actividad económica que sacaba de más de un apuro a una sociedad desabastecida debido en parte a la guerra y a las sequías que habían dejado desprovistos los mercados.
Cansada de la caminata matinal, del duro trabajo en las cocinas y con sus maltratadas piernas que apenas habían tenido unos minutos de descanso en todo el día, debía retornar a casa por el largo camino de vuelta. Se calzaba sus zapatos y en las hojas de un viejo periódico envolvía sus raídas zapatillas que usaba para descansar sus pies mientras cocinaba.
En más de una ocasión le dieron el alto en uno de los controles y ella se echaba a temblar por dentro mientras que a la vista de los guardias aparentaba serenidad.
- ¡Alto!. ¿Qué lleva usted en ese paquete?.
- ¿Qué voy a llevar señor guardia?. Unos bizcochos de plantilla y bien grandes que son. Calentitos están todavía.
Y reía nerviosa dejando caer en el suelo a los pies de los carabineros sus dos zapatillas ante el estupor de los vigilantes que sorprendidos reían a carcajadas dándole paso con la mano para que continuase su camino.
La picaresca que caracteriza al que pasa hambre agudizaba la imaginación de Juana que cada vez que transitaba por los caminos con algo de comida escondida preparaba con perspicacia su estrategia.
En otra ocasión regresaba de un cortijo en el que habían requerido sus servicios para preparar un festín con motivo de un día de cacería. Fueron especialmente generosos y regresaba bien pertrechada.
Llegando al puente que separaba dos municipios se encontró nuevamente con un control.
- Señora,¿ qué lleva usted bajo el delantal?.
-¡Vaya pregunta que hace usted señor guardia! Un conejo. No querrá que se lo enseñe.
En todas las ocasiones en que fue interceptada salió airosa gracias a su ingenio con lo que, tanto los guardias, como sus gentes cuando ella les contaba lo sucedido, acababan a carcajadas, y ella lograba pasar el inocente contrabando para sustento de su hogar.
Y así fue como durante aquellos años de penuria la familia de Juana, gracias a su esfuerzo, a su inteligencia y sobre todo a su buen humor, no pasó hambre.
14 comentarios:
Los años de la posguerra fueron muy duros, es un relato muy real de mediados del pasado siglo, el hambre agudizaba la imaginación.
Saludos.
Bonito cuento y muy creíble. Admirable mujer, sabiendo sortear la escasez para dar sustento a su familia.
Muy buena historia, sobre una situación dramática sorteada con inteligencia y humor.
Besos.
Magnífico Leonor, cuando el hambre aprieta hay que agudizar el ingenio. Esta cocinera tenía de sobra.
Un bello cuento que bien podría ser una crónica real de unos años duros y de necesidad.
Muchas gracias y un abrazo
Esfuerzo, ingenio y buen humor en tu cuento, amiga Leonor.
Un cuento real de unos tiempos verdaderos. Esa mujer es una heroina como tantas otras entonces, además !oh!maravilla, es duende de la cocina.
Nada como la picaresca para sobrevivir y encima con humorismo a raudales, !admirable cuento!
Besitos muchos.
Muy bueno tu cuento Leonor.
Un cuento tremendamente real, de los que debiéramos contar a nuestros hijos, cuando ya pasan de los infantiles, para que conozcan la vida en otra época no muy lejana pero para ellos a años luz de la suya.
No perder la memoria histórica es importante y desarrollar la imaginación y el ingenio mucho más.
Un beso
Mar
en una época de mi vida, esa que va de los 30 a los 30 y muy pocos, recién venido de madrid, recién aun jodido de mi depre, este que te escribe, pasaba tiempos entre los mayores de su pueblo...ahora esos ya se han ido al otro barrio...bien, fue en esa época en la que yo conocí el pasado,poco, eso también es verdad, de lo que había acontecido en los años postreros a la guerra...ah, por ejemplo, a esa sequía a la que te refieres...era el año del hambre, creo recordar que así lo llamaban mis mayores...también escuché historias de estraperlo...mi pueblo era un pueblo de manteros y chocolateros, amén de ser un pueblo labriego, claro está...y esos chocolateros y manteros recorrían los caminos... de ahí que estuvieran bien enterados de eso del estraperlo y de los puestos de la guardia civil...de esta también me contaban historias...uffff...el miedo a esta institución era tan real como cuentas en tu cuento...
medio beso, leonor...
Un cuento muy bonito, muy interesante por lo que tiene de historia y por su protagonista.
Un beso
Un relato conmovedor, muy bien llevado. Se de una historia muy parecida que me emocionó tanto como tu historia. Habrá muchas más...
Duros tiempos.... grande la habilidad que algunos supieron desarrollar para sobrevivir.
Un fuerte abrazo y muchos besos.
Ya lo dicen: La necesidad agudiza el ingenio; menos mal que no la descubrieron.
Muy bueno el relato
Un abrazo
Ay Leonor, mi abuela se llamaba Juana y era como esa Juana que tu dices. Ella me contaba las historias del hambre, sus historias, y yo, inocente, creia que eran cuentos...
Me encantó recordar.
Un beso enorrrrme.
Buena conjunción para hilar un cuento!...astucia, ingenio y talento...todos ingredientes que tu personaje parece dominar con soltura!
un abrazo.
Bonito cuento que bien podrías denominar como basado en hechos reales, pues esas penurias, esos controles, ese estraperlo y ese miedo a los "picoletos", como llamaban a la Guardia Civil, existia. Como también existían esas mujeres de fuerte carácter forjado en la lucha diaria por la supervivencia de los suyos.
Hoy somos como bastante más blanditos.
Un fuerte abrazo, Leonor.
Lista y pícara mujer, hambre no hubieran pasado de ninguna manera con tamaño ingenio. Me encantó este cuento Leonor.
Un abrazo.
Tu cuento es tan real, yo si he escuchado de las penurias e la guerra a mi madre, supongo que el ingenio debía estas ahí, lo crea las ganas de vivir y mantener a una familia supervivencia ¿no?...
Muy entrañable, me gustó
Besos
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