Cuando emprendí la bajada de la calle me sorprendió el colorido de las flores resaltado por el blanco calizo de las paredes, la variedad de verdes de las plantas, el terracota de las macetas de barro, las piedras a modo de mosaico del suelo o los cantos rodados colocados sabiamente para favorecer el trasiego de las aguas de la lluvia.
La estrechez de la calleja invitaba al paseo reposado, su aspecto casi mágico era sumamente atrayente. Un trazado que confirmaba el paso de los musulmanes por estas tierras.
Al caminar por esta callejuela me daba la impresión de estar adentrándome en los patios de las viviendas. Era un lugar casi familiar. Los vecinos compartían con los visitantes parte de sus vidas, tal era el sentimiento de acogimiento que me brindaba su aspecto.
Apenas me cruce con algunas personas durante el paseo salvo algunos turistas, quizás por ser la hora de la siesta, y fue algo que sumó intimidad a mi visita.
Deambular por las empedradas calles de Vejer es como andar sobre la historia.
De las murallas y torres musulmanas a la judería disfruté de un pueblo tranquilo, sin humos ni ruidos.
Hasta conversando llegué a susurrar para mantener esa armonía.
Saboree cada almena, cada escudo, cada arco. Me perdí por los rincones más antiguos. Me sentí seducida por sus pequeñas plazuelas. Y quedé extasiada al asomarme a las murallas y ver el paisaje que se precipita desde la loma que ocupa el pueblo hasta una distancia incalculable.
La luminosidad era cegadora, los rayos del sol irradiaban desde el blanco intenso de la cal una luz deslumbrante que me obligaba a entornar los ojos.
Me conmovía moverme entre piedras cargadas de leyendas, andar saboreando tan apacible quietud, caminando con calma, sintiendo la placidez del tiempo no cronometrado, escuchando el silencio, sintiéndome parte de nuestra historia.
La anécdota a mi viaje la puso la imagen misma de la importancia del reciclado. Un vecino había decorado la fachada de su vivienda con una jocosa variedad de jardineras. Imagino que una obra de restauración le proporcionó tan extraordinarios elementos.
Después de mucho caminar me reconfortó tomar un delicioso té con hierbabuena y unos pasteles de almendra en "El jardín del Califa".
4 comentarios:
Aún me acuerdo el día que fuimos a Vejer y era el día del "toro embolao". No me atreví a cruzar los palos de seguridad para llegar al bar que estaba enfrente. Lo malo es que aún no habían soltado al toro. Eso si que es cobardía.
Me ha gustado muchísimo.
¡Que bonito!, Leo. Gracias por el paseo. Solo he ido una vez a Vejer, creo que tendré que repetirlo.
Un beso
Lola
Acabo de ver una colección de fotografías de Grecia que me han dejado repleta de nostalgia... pero ¿ves? sales tú y me muestras las bellezas de nuestros lugares, lo blanco a rabiar y las flores risueñas.
Gracias, Leonor. Un abrazo.
Mira, Vejer es un pueblo que no conozco y que, a juzgar por tus fotos, es una preciosidad, así que me lo apunto.
Gracias por llevarnos por sus calles y hacernos ver tanta belleza.
Un beso :)
Mari Carmen
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