sábado, 27 de agosto de 2011

TRABAJAR EL DOMINGO




  Que tenga que trabajar el domingo no es lo peor del mundo. Te acostumbras como a todo y acabas por preferir ir el festivo y poder librar cualquier otro día de la semana para poner al corriente un montón de asuntos que no pueden hacerse los fines de semana.
  Cuando suena el despertador a las seis y media me arrepiento de haberme quedado leyendo hasta las tantas.
  El sonido empieza sacándome de la sedación natural, de la inconsciencia, del ser y no estar para invadirme provocando una aceleración que me hace saltar como si tuviera un resorte unido a esa alarma.
  Mis dos perros, Koko y Trufa, comienzan el día en cuanto me oyen y ahí empiezo a no sentirme tan cansada, sus saltos de alegría reclamando mis caricias me siguen sacando de mi letargo.
  Entro en el baño para que el agua fría continúe la labor de situarme en la realidad y rápidamente voy a la cafetera. El aroma del café recién hecho penetra dulcemente en mi cerebro y acaba por despertar todos mis sentidos.

 

  Mientras preparo mi desayuno, que consta de un café con un poco de leche semidesnatada y edulcorante, ( por aquello de empezar la jornada restando calorías), de un panecillo de pan de centeno tostado y untado con queso philadelphia light y mermelada del sabor que corresponda, a menudo hecha por mi misma, voy preparando también la primera comida de mi perrilla Trufa que por ser aún muy pequeña come dos veces al día.
  Los días de diario que entro a trabajar un poco más tarde, me gusta dejar un poco arreglada la casa pero cuando entro tan temprano, en casa aún siguen durmiendo y procuro hacer poco ruido.
  Me despido de mis cachorros que salen hasta la puerta a despedirme, sabiendo que en ese momento no pueden acompañarme. De todas formas Trufa aún no lo entiende bien y suele aullar trás la puerta.
  Para llegar al coche tengo que atravesar un parque cuyos árboles y plantas alegran mis retinas y el silencio de la mañana festiva sin tráfico, sin gente yendo a sus quehaceres, sin jardineros soplando hojas caídas, me hace sentir como si estuviera sóla en la ciudad.
 En mi caminar me entretengo mirando la fuente, las buganvillas de colores, los grupos de plantas dispuestos estratégicamente en el cesped, el vuelo de algún pajarillo que se pasea de rama en rama. Voy mirando y pensando, caminando, disfrutando del frescor de la mañana. Muchas veces imaginando que es una de mis aficiones preferidas.
  Una vez pasado el susto del madrugón me alegro de poder sentir estas sensaciones.
  Busco los patos que cada día me sorprenden situándose en distintas zonas de los jardines, como si jugaran conmigo al encondite. Cuando el camino que tengo que coger pasa cerca de donde están echados, suelen levantarse despacio y comienzan a graznar caminando con su gracioso balanceo que los hace parecer tan torpes en tierra. ¡Son tan elegantes nadando!. Se desplazan con tal suavidad que el agua permanece en calma.
   Uno de los días que hacía mi habitual recorrido, cuando iba llegando al grupo de ánades que estaban disfrutando de los primeros rayos de sol de la mañana, y dada mi afición por fotografiar todo lo que llama mi atención, saqué del bolso la cámara que siempre me acompaña y me dispuse a plasmar tan singular grupo cuando se pusieron en marcha los aspersores de regadío de los jardines, provocando la estampida de los graciosos animales que buscaban escapar de la impovisada lluvia mientras sus graznidos escandalosos hicieron que no pudiera aguantar la risa. Esta situación, entre cómica desde mi punto de vista y trágica para ellos por tener que dejar su rincón soleado, hizo que mi domingo no pareciera tan amargo por tener que trabajar, por dejar mis seres queridos en casa, por no poder disfrutar del despertar tranquilo y natural de las mañanas de descanso. Me alegró el día y aún me alegra cada vez que lo recuerdo. 
 




PATOS HUYENDO DEL AGUA
 
 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Haces que parezca, incluso ideal, trabajar en domingo...

Hermoso y lleno de sensibilidad


saludos

Leonor dijo...

Gracias Adelfa. Sabía de tí porque veo los comentarios que haces en el blog de Mari Carmen. Ahora ya he entrado en tu blog y me parece maravilloso. Yo, que estoy empezando a moverme por estos lares, me siento avergonzada ante gente tan magnífica como vosotros. Pero seguiré escribiendo aunque sólo sea para sacar de mí todo lo que necesito expresar.

Lola Polo dijo...

Te imagino saliendo de tu casa, camino hacía al garaje,y pasando por el parque. Disfrutas tanto como yo, en estos días, cuando camino del trabajo, ya ha amanecido, me encanta, la frescura de la mañana, vas a trabajar con más ánimo, aunque te hayas levantado a las 6.30 :(

Muy divertidas, las fotos :)

Un beso, amiga. Me encanta leeros a ti y a mi hermana, me anima mucho a hacerlo yo, debería de dedicarle más tiempo

José Antonio del Pozo dijo...

Hola, Leonor, qué bien has rescatado esas sensaciones inaugurales del domingo, y tu avío hacia el trabajo, cuando está todo a solas y la ciudad parece tan sólo para tí, es agridulce, pero si ya ha amanecido invade a todo como una serenidad suprema incomparable... y en esa quietud auroral de repente el surtidor y los patos en torpe desbandada echando pestes, qué bonito detalle, que preciosa foto, y a la vez qué simbólico, porque con el aspersor es como si ya el día definitivamente se pusiese en marcha.
He conocido tu blog a través del de Mari Carmen, que es el sol que le falta a Oslo. Me alegro.
Saludos blogueros

Leonor dijo...

Gracias, José Antonio, te aseguro que pasaré a menudo por tus escritos. La poesía me gusta y aunque de tu blog aún no he leído nada porque acabo de saber de él, siento que hay en tí una persona muy sensible. Un saludo.