Fue
el olor a castañas asadas lo que hizo aflorar a su pensamiento otros otoños,
otros fríos, otro tiempo. Fue el humo grisáceo envolviendo los contornos de la
plaza lo que la transportó a aquella tarde de dorondón, cuando el humo y la
niebla se disputaban el espacio, cuando el mundo parecía haberse reducido a los
pocos metros que alcanzaba la vista. Más allá todo quedaba velado y las
personas surgían de aquel universo indefinido como espectros fantasmales, incluso
parecía que se movían con dificultad, como si la bruma les impidiera avanzar.
La niña agarró con fuerza la mano de su tía y siguió caminando a su lado, muy
pegada a su costado, como si el contacto de sus cuerpos la protegiera de
cualquier peligro que pudiera emerger de aquella extraña cortina natural. Caminaron
despacio, atravesando el velo húmedo, la imagen le recordaba sus juegos ante el espejo cuando con el vaho de su respiración caliente formaba una nube en la que se miraba sin verse. Al llegar a la plaza de la Iglesia se oyó
el toque de misa y, aunque el reloj no se veía, dieron la vuelta porque era la hora
de regresar a casa. Fueron éstos, y otros, los recuerdos que la emocionaron al
paso por la vendedora de castañas, al sentir el olor de la candela y ver el
chisporroteo que brotaba por la boca del cañón de hojalata. Atraída por una
fuerza irresistible se acercó al puesto. El calor que desprendía el cucurucho
de papel de estraza calentó sus manos y sintió que su corazón latía con más
fuerza provocándole una inmensa satisfacción. A su lado, como en otros otoños,
su tía caminaba protegiéndola de cualquier amenaza.
Bienvenidos a este rincón en el que me suelo esconder para relajarme y donde dejo plasmadas alegrías y tristezas. Son las palabras mis mejores aliadas y la única forma de llegar a los amigos que se pasan a leerlas. Espero llegar a vosotros a través de ellas.

domingo, 28 de octubre de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
CARTA A UNA AMIGA
Trabajo del capítulo séptimo del curso de escritura creativa.
Querida
amiga:
¡Cómo pasa el
tiempo! Ya he perdido la cuenta de los meses que han pasado desde la última vez
que nos vimos. Nosotras que compartimos una neurona a medias como tantas veces
hemos comentado para reírnos, esa fue una genialidad de tu pareja que descubrió
cuántas coincidencias había en nuestras vidas. Siempre que pienso en ti, cosa
que ocurre a diario, recuerdo aquella frase de Fray Luis de León, como
decíamos ayer, que hicimos nuestra, y es que nosotras tenemos una relación
que sobrepasa el concepto de la temporalidad. Podemos no vernos, no hablar, no
escribirnos, pero siempre estamos juntas, y esa es la magia de la verdadera
amistad.
Cuando nos
conocimos, más concretamente, cuando tú te fijabas en mí al entrar en el aula
en aquellas primeras clases en la facultad, nada hacía presagiar que
llegaríamos a tener en común tantas cosas. Unos meses después llegaste a decirme lo
estúpida que te parecí en aquellos momentos, y yo te confesé que me hacía
gracia tu intenso acento de pueblo, un deje peculiar que con el tiempo llegué a interiorizar de
tal forma que tu voz me evocaba la sierra gaditana, con esa forma cantarina que
tienes de contar las historias que parece que nunca vas a llegar al final de
tanto como te trasladas en el tiempo con el fin de dejarlo todo explicado a la
perfección. Tienes la habilidad de no perder el hilo y al final, después de mil
anécdotas y mil vueltas por el recuerdo, acabas contando lo que en
principio querías contar.
En casa, cuando llamas por teléfono, todos
saben que no estaré disponible hasta pasada una hora, por lo menos, y es que
tenemos tantas cosas de que hablar, querida amiga, que ya me tarda oírte.
Espero que los niños, porque para nosotras siempre
serán niños, estén bien. Dale recuerdos a David, y tú ya sabes, te mando el abrazo
de siempre.
Te quiero mi media neurona.
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Leonor
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Rayuela
miércoles, 30 de mayo de 2018
ESTE JUEVES: HISTORIAS FAMILIARES
Paco
y Sina viven en Cantalapiedra desde que contrajeron matrimonio, y desde el
principio se han ido adaptando a la vida tranquila de esta zona rural, adonde
los irrefrenables avances tecnológicos llegan con moderación, como si los
habitantes de este rincón se negaran a cambiar sus arraigados hábitos.
Paco
trabaja en el terreno que compraron cuando las tierras tenían precios
asequibles porque nadie quería trabajarlas. Él no pudo hacer la mili porque
nació con una pierna un poco más corta que la otra, pero apenas se nota su
cojera, sobre todo cuando pasea del brazo de Sina y ambos se balancean con la
misma cadencia.
Paco
y Sina tardaron unos años en tener su primer hijo, y no por falta de ganas, ni
de intentos, sino porque la naturaleza es así de caprichosa. Le llamaron Pedro
porque nació el día veintinueve de junio y para evitar problemas con los
abuelos decidieron bautizarlo con el nombre del santoral. De todas formas, las
relaciones con la familia de Sina no son buenas porque nunca llegaron a aceptar
su boda con un muchacho sin estudios y, como decía su madre con muy mala leche,
un poco tarado. Sina lo pasa mal por esta situación pero sigue pensando que la mayor
tara está en la mente obtusa de su madre.
Pedro,
al que todos llaman Pincho porque es extremadamente flaco, va siempre
acompañado de su perro, tan flaco como él, un galgo al que unos cazadores
dejaron abandonado en la cuneta porque ya no les servía para sus fines. Es un
niño alegre al que le encanta ayudar a su padre en las labores del campo, sobre
todo cuando toca arar y suben al tractor. Pedro va hablando sin parar, que si
cómo se llama ese árbol, que por qué el nido de la golondrina no es igual que
el del mirlo, que por qué la lechuza no duerme, y así un no acabar.
–Papá,
¿sabes que vi ayer en el río cuando fui con mis amigos por la tarde hasta la
pileta de la roca? ¡Oh, papá, son tan pequeños! Y no se parecen a las ranas.
Y se
queda pensativo por unos segundos y vuelve a la carga.
–Papá,
cuando yo nací ya me parecía a ti, a que sí. Y también un poco a mamá Sina.
Cuando sea mayor seré igualito que tú y yo conduciré el tractor, verdad papá.
Y
así una tras otra, sin parar. Y su padre lo escucha y sonríe.
Los
días pasan tranquilos en este rincón donde lo realmente importante es ser feliz
y lo único que altera un poco su vida, pero muy poquito, es la desaparición del
baúl de la tía abuela Mónica.
Esta semana estamos en el blog de Dorotea Lazos y raíces.
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Leonor
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Mis jueves
sábado, 26 de mayo de 2018
LA HUIDA
Fotografía de Diego Bernal Bugatto
Era una noche oscura y fría del mes de enero. Acostumbrada a
la rutina de mi vuelta a casa iba inmersa en mis pensamientos, con las manos
enfundadas en unos guantes de lana y la cara perdida entre el gorro y la
bufanda. No sé de dónde salió el hombre, debía estar oculto en las sombras de
aquella noche sin luna, en alguna esquina del laberinto de callejuelas que se
había ido formando a las afueras de la ciudad, pero nada más verlo saltaron
todas las alarmas y eché a correr como alma que lleva el diablo, corrí y corrí
sin pensar. Corrí sabiendo que me seguía a escasa distancia. Atravesé no sé
cuántas calles sin mirar atrás, solo quería avanzar, poner tierra de por medio
y alejarme del sonido de sus pasos, de
su respiración agitada. Me empezaba a faltar el aliento pero seguí corriendo,
cada vez más deprisa, ya había perdido la bufanda y el gorro, y en algún
momento también los guantes, pero no sentía frío, al contrario, sudaba y corría
y corría, dando traspiés, tropezando, pero sin parar, siempre mirando adelante,
con la vista puesta en una zona iluminada que intuía más segura. Hubo momentos
que lo sentí tan cerca que incluso pude oler su mirada en mi cuello, y eso me daba
fuerzas para aumentar la velocidad, a pesar del cansancio, y era entonces cuando
mis piernas extenuadas parecían recuperarse para seguir corriendo, corriendo
sin parar, sin pensar en otra cosa que en alcanzar aquella luz salvadora.
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Leonor
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Rayuela
miércoles, 2 de mayo de 2018
ESTE JUEVES: UN RELATO A PARTIR DE UNA IMAGEN
María
se había levantado temprano, siempre madrugaba, ver amanecer se había
convertido en su principal proyecto de futuro, se podría decir que en su único
proyecto, más allá todo se perdía en la negrura del miedo y la duda. Después de
calentarse el cuerpo con un café amargo como su vida, salió de su casa camino
de la capilla donde calentaría su alma y apaciguaría sus penas. Solo en aquel
lugar encontraba la paz que tanto ansiaba. Se arrodilló, esta vez sin amenazas,
delante del altar en el que varios querubines custodiaban a un ángel más
pequeño. Desde que a María se le malogró el embarazo que tanto había deseado,
acudía cada mañana a postrarse delante de aquellos niños alados pensando cómo
habría sido el hijo que no llegó a conocer.
Esta
vez iba a ser diferente, por nada del mundo pondría en peligro la vida del
nuevo ser que estaba gestando. Esta vez no se expondría a las patadas y los
golpes que venía sufriendo desde hacía ya demasiado tiempo. No comprendía en
qué momento su vida dio un vuelco y todo lo que habían soñado juntos se desvaneció
en el aire como el humo, convirtiendo su esperado paraíso en este infierno siniestro.
Esta vez no esperaría a que se le notara el embarazo porque entonces ya no
podría escapar de sus garras. Tenía que desaparecer sin que él tuviera
constancia de esta situación o jamás lograría deshacerse de su verdugo, y no
estaba dispuesta a permitir que su hijo creciera junto a ese ser iracundo y despiadado.
Ahora tenía ya un futuro a largo plazo, más allá de amanecer viva. Ahora otro
ser dependía de su fortaleza.
Publicado por
Leonor
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10:43
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