
El silencio físico, el que se adueña de nuestra voz cuando el alma y el pensamiento, retorcidos y apretados por lo no comprensible nos deja mudos de miedo. Solo quien ha estado en una situación de extremado temor sabe lo que es quedarse sin palabras. Ese es el silencio del que va camino de un quirófano sin saber si despertará de nuevo a la vida. Un silencio insondable, recio, impenetrable, denso, reservado. El silencio del que sabe de su gravedad, de sus posibilidades, de los días que con suerte tendrá que sufrir antes de recuperar la palabra para poder expresar la opresión que le constriñe el corazón dejando en el pecho un pellizco que ahoga. Ese silencio pasa o se instala para siempre. Ese es un silencio callado, incomprensible, que nadie puede interpretar, es un silencio parecido al de los mayores que arrinconados en un sillón, perdidos en su pobre espacio, apartados de las conversaciones que apenas logran oír, con su mirada perdida, van dejando de hablar hasta quedar sumidos en un mundo sin palabras y quizá sin recuerdos en los que aliviar su soledad. Nadie puede adivinar que hay en ese silencio.
En cambio hay un silencio que poco a poco va ganado terreno frente a las palabras, ese estado de incomunicación que afecta a la convivencia, ese silencio inoportuno que acaba con las ilusiones de una pareja, que se mantiene instalado entre dos personas que creen que ya se lo han contado todo y no encuentran motivos para nuevas conversaciones, ese silencio que no se oye porque está amordazado por las palabrerías que suelta la televisión siempre encendida para que los afectados por este mal no noten la realidad que los envuelve, ese es un silencio que mata, un silencio que calladamente va avisando que algo no funciona y que habría que recuperar los proyectos incumplidos y los sueños no realizados, es un silencio que crece a pasos agigantados y si no se detecta a tiempo acaba con todo.
El silencio más comunicativo es el de los enamorados, el silencio que habla de satisfacción y alegría, de cariño y lujuria, de deseos, de gratitud, de necesidad, de comprensión, ese silencio de miradas profundas, de lágrimas que anegan los ojos sin llegar a derramarse porque no se permiten ni pestañear para no perder la magia del momento. En esos silencios hay una conversación inaudible pero perfectamente comprensible. Se dice todo sin decir nada. -Te amo, te deseo, te quiero con toda el alma, qué haría si tus ojos no me miraran como ahora lo están haciendo...