La noche era cálida y la mayoría de los campistas se encontraban alrededor de las fogatas que todas la noches encendían y sentados alrededor contaban viejas historias y cuentos. Los niños eran los que mejor lo pasaban intentando siempre acercar a las brazas alguna rama seca que se prendiera fácilmente y así imaginar antorchas con las que salir al camino a investigar la oscuridad. En el Pinar la Breña la vía láctea es visible gracias a que el entorno carece de luces artificiales y solo de vez en cuando pasan las ráfagas del faro de Trafalgar que hace un barrido luminoso por el entramado de ramas.
Salomé había pasado el día algo inquieta y deseaba alejarse del grupo y pasear sola por el terrizo camino que lleva a la Torre de Meca. Caminaba ensimismada, mirando esa nebulosa repleta de titilantes estrellas que parecía poder alcanzarse con solo alargar el brazo. De pronto algo llamó su atención, era una estrella enorme, con la luz más intensa y blanca que nunca había visto y, para su asombro, aquella resplandeciente estrella se desplazó sobre ella atravesando el pinar en décimas de segundo. No quiso comentar nada con sus amigos y se fue a dormir pensando en aquello que había visto o quizá solo imaginado.
Pasado algún tiempo y por casualidad se encontró con el siguiente titular en un periódico local:
"El conocido como “caso Conil” tuvo lugar en 1989, a mediados del mes de septiembre. Un grupo de amigos observó en el horizonte una conjunto de luces realizando movimientos anómalos. Las observaciones se prolongaron durante semanas y tuvieron su momento culminante a final de mes, cuando el grupo de jóvenes presenció luces cercanas y posteriormente la presencia de dos figuras de tipo humano que salían de la orilla y que tras sufrir una increíble metamorfosis se convertían en un hombre y una mujer de tipo nórdico que se adentraban en el pueblo perdiéndose en sus calles".
Un escalofrío recorrió su cuerpo y recordó aquella noche paseando entre los pinos.