Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes que se encendiera la señal roja. En el indicador de paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. Los transeúntes corrieron para cruzar la avenida antes que la silueta cambiara a rojo y los desesperados conductores hicieran berrear sus bocinas. La vida en la ciudad a las horas puntas era una locura, gente yendo y viniendo, tropezándose unos con otros sin verse, un maremágnum de seres cuyo único propósito era llegar cuanto antes al lugar al que se dirigían, fuera importante o no. Incluso tenía prisa los que solo habían salido a pasear.
En el coche negro que se situaba en la primera línea de parrilla una pareja hablaba de sus sentimientos, hacía pocos meses que se conocían pero era como si llevaran juntos toda la vida. El semáforo cambió dando paso a los vehículos pero ellos se habían quedados prendidos en una mirada, andaban perdidos en sus sueños tantas veces imaginados. Los cláxones les despertaron y rieron cómplices de sus pensamientos.
-No entiendo de rumbos, pero aunque estuvieses tan distante como esa extensa playa que baña el más remoto océano, me aventuraría en pos de semejante joya, ella lo escuchaba embelesada mientras él mirándola de soslayo le hablaba con la dulzura que hablan los enamorados y la hacían sentirse la mujer más amada del universo. De esta forma se habían ido enamorando, al principio fue a través de las palabras, lo suyo no fue amor a primera vista, sus almas se habían entrelazado mucho antes de que ellos mismos lo advirtieran.
Pasaron los días, pocos, muy pocos para tanto amor, y tuvieron que volver a sus realidades. La mujer vio partir el coche negro que se iba perdiendo en la distancia, lo miró hasta que solo fue un punto imaginario, y algo se le quebró dentro.
Y como una sombra enloquecida corrió hacia esa primera estación de las afueras, que es donde toman el tren todos los náufragos de la ciudad. Era como dos almas en una. La suya y la de Alfredo, huyendo campo a traviesa.
Nos leemos en el blog de Neogeminis.
Para los lectores que no pertenecen al grupo de jueveros le explico que la propuesta de esta semana, muy bien elaborada por nuestra amiga Neo, invitaba a utilizar textos de obras y autores conocidos que debían ser utilizados para componer nuestro relato. Así que tened en cuenta que los párrafos en color pertenecen a obras de otros autores, yo solo he tratado de darle sentido a mis palabras integradas entre dichos párrafos.
Al inicio el párrafo es de la obra Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
El párrafo central pertenece a la obra Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
El párrafo final es de la obra El caballero del hongo gris, de Ramón Gómez de la Serna.