
No hay normas más difíciles de incumplir que las que nacen de nosotros mismos. Hemos oído miles de veces que los humanos somos animales de costumbres pero a veces esas rutinas llegan a instalarse de tal manera en nuestra vida que somos incapaces de cambiarlas, bien por miedo a que se desbarate todo lo que tenemos bien controlado o por una arraigada superstición. Si la vida nos va bien haciendo las cosas de tal manera, no las cambiemos no vaya a ser que rompamos ese equilibrio que creemos haber conseguido. Y así vivimos como asno en una noria o como el camión de bomberos de un tiovivo siguiendo siempre el mismo camino ya marcado por el continuo pisar. Es una forma tranquila de vivir pero monótona, hay que salir de esas imaginarias vías de vez en cuando y asomarse a los alrededores, sorprenderse con paisajes desconocidos, tropezase con alguna piedra que nos haga tambalearnos e incluso caernos al suelo porque esos serán los momentos que quedarán en el recuerdo como los que dan sentido al vivir. Si nos mantenemos siempre en un surco marcado nuestra visión del mundo será muy reducida. Hay que revelarse contra sí mismo y romper cadenas, escapar y mirar a lo lejos e intentar alcanzar esos sueños que desde la rutina no podíamos vislumbrar. Tenemos que seguirlos aunque están fuera de nuestro alcance, el poder de la mente y la constancia hará que cada día estemos más cerca de alcanzarlos.
Los que se conforman con ver solo hasta donde alcanza la vista nunca llegaran lejos, el mundo es mucho más de lo que podemos ver, vivir con intensidad es disfrutar de todos los sentidos, mirar y no solo ver, escuchar más que oír, oler, saborear, tocar. Los olores evocan los recuerdos más profundos y están tan ligados a los sabores que pueden hacernos volver a vivir realmente aquellos momentos invocados.
Quien no se para a contemplar un ave, una flor, el tronco arrugado de un viejo árbol y el sonido melodioso de sus ramas movidas por el viento, la sonrisa de un anciano y la caricia de sus manos arrugadas, el sonido del agua, el piar de los pollos en sus nidos, el arrullo de las palomas, el grilleo de las noches de verano, el crotorar de las cigüeñas sobre las espadañas, una barca varada en el fango esperando la subida de la marea, el vuelo amenazante de una gaviota en defensa de su prole, la mirada de los enamorados,... y mil escenas diarias que pasan desapercibidas para la gran mayoría, se está perdiendo lo más importante. ¿Qué es más intenso el momento del beso o el recuerdo de ese beso? Quiero salir del camino marcado y aventurarme por cascadas de armonioso sonido, por ríos de templadas aguas, por dunas de azúcar y montes de merengue, quiero subir a los árboles para sentir el aroma de los frutos maduros al sol y saborearlos. Quiero sentir la vida plenamente.