domingo, 24 de febrero de 2013

ESTE JUEVES: SALTÁNDOME LAS NORMAS






En el pequeño poblado de Sancti Petri había pocas diversiones, solo aquellas que las imaginativas mentes de los niños podían crear. Ni cines, ni parques infantiles, ni cafeterías. En la plaza central se encontraba la iglesia en la que figuraba un azulejo con San Pedro y un gran atún, claro símbolo de aquel lugar, donde el  trabajo más importante era el que reportaba el paso de aquellos túnidos por la zona. Allí se pescaba con el método de Almadraba y desde el muelle, por medio de unas vías, corrían las vagonetas cargadas de atunes hasta las mismas puertas de la fábrica de conservas. En este pueblo, salvo unas pocas familias, todos eran temporeros que volvían a sus ciudades de origen en cuanto acababa la pesca. De los fijos estaba la maestra que se encargaba de la enseñanza, el dueño del ultramarinos, "Paco la Finca", donde se compraban algunos víveres y se reunían los hombres tras las jornadas de trabajo para tomar una chiquitas de buen vino de Chiclana. Por las mañanas, las verduras, las frutas, la carne y el pescado eran transportados en burros desde Chiclana o Conil hasta el mercado del pueblo que contaba con unos cuantos puestos con una gran losa de mármol donde colocar las mercaderías. 
El paseo de los jóvenes era un estrecho camino desde la salida del pueblo hasta una curva que había a unos dos kilómetros, flanqueado a un lado por la playa, al otro por los esteros.
Don Antonio, el farero era un hombre de carácter serio y gran defensor de las normas, sus hijos estrictamente educados debían tener siempre un comportamiento ejemplar. Las niñas no podían salir solas hasta el paseo y en verano, cuando todos los niños jugaban en la playa y atenuaban sus calores con los baños en el mar, ellas tenían que bañarse junto a la casa, siempre bajo la atenta mirada de su madre que las esperaba con una toalla, para que el tiempo de estar en bañador expuestas a alguna mirada fuera el mínimo. 
Todos los meses, el farero tenía que ir a Cádiz para solucionar asuntos relacionados con su trabajo y para cobrar el sueldo que se pagaba en mano. No volvía hasta el día siguiente y esas jornadas eran de fiesta en la casa. Los hijos de don Antonio disfrutaban alejados de la autoridad del padre. Su madre, más permisiva, les permitía saltarse muchas de las normas impuestas. Podían salir a jugar a la plaza, a correr por la arena de la playa, iban a coger almejas, cangrejos y mejillones en las rocas del espigón y se alteraban los horarios rutinarios. 
 Cada cual comía según su capricho. -Mamá, yo quiero leche migá. Y Mari Pepa hervía la leche de las cabras que criaban en los terrenos de la Batería de Urrutia y preparaba un gran cuenco de dulces migas. -Pues yo quiero poleás, y la mujer cocía harina en la leche hasta que el líquido se espesaba y formaba burbujas explosivas,  luego las servía aromatizadas con canela. Otros preferían café y pan tostado con aceite, otros natillas con galletas y merengue, y la madre satisfacía y mimaba a sus siete hijos. 
 La diversión era saltarse las normas, ni horarios ni rutinas, nada de estar en la mesa a las dos, ni de esperar a que todos acabaran de comer para poder levantarse. La sobremesa era relajada sin prisas para recoger la mesa y fregar los cacharros, cosa que era obligación de las niñas pero que ese día estaban dispensadas porque la madre les permitía salir a pasear con sus hermanos.
Cuando el padre estaba en casa los muchachos podían salir hasta la plaza del pueblo mientras las chicas debían quedarse acompañando a su madre dedicándose  a las labores.
Con la cena pasaba como con el almuerzo, que era a la carta, y la hora de irse a la cama se retrasaba dejando a los pequeños que corretearan por los alrededores de la casa hasta que el cansancio les traía agotados en busca de los mullidos colchones de lana que todas las mañanas habían sido bien estobados para quitarle los huecos y dejarlos de nuevo bien esponjosos.
Esa noche los más chicos se podían acostar en la cama grande con su madre que les contaba cuentos e historias hasta que la respiración pausada de los niños le delataba que ya estaban dormidos.
Al día siguiente, con el regreso del padre, todo volvía a la rutina, a la vigilancia de las normas, pero al mes siguiente tendrían nuevamente el esperado día de "saltarse todas las normas".





Si queréis ver cómo la gente se salta las normas visitar:  El blog de Gus




22 comentarios:

casss dijo...

Me ha encantado tu relato. Me ha traído imagenes distintas de mis recuerdos infantiles, y he aprendido palabras y giros que no conocía, como la forma de pescar,pero me retrotrajo a días de saltar reglas en mi casa, porque mi mamá o mi papá viajaban a la capital, y algo cambiaba en la rutina. Era de lindo...(por cierto que no eran tan estrictos, que hablamos de otras épocas, pero la sensación de cambiar algo, siempre es tentadora.)

Buen domingo, Leonor, un placer leer tu relato.

Tracy dijo...

He disfrutado leyéndote primero porque conozco la zona, aunque ahora no se parezca en nada a la del tiempo que describes, creo, y segundo porque esas normas que se saltaban se han saltado en muchas casas cuando el cabeza de familia se ausentaba, jejeejeje.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es curioso la alegría que producia la ausencia del padre, aun para la madre.

emejota dijo...

Al margen de ausencias, mmmm, creo que he debido engordar al menos un kilo solo con leerlo. Bss

Cecy dijo...

Cuando una educación es muy severa, saltar las normas impuestas es todo una travesura. Que lindo lugar describe tu relato, bien me gustaría estar ahí.
Me pasado una tarde viendo como se han divertido y comido a gusto.
El cuento de la noche es sueño, una delicia de infancia.

Un beso grande :)

Juan Carlos Celorio dijo...

Otro relato tuyo que me fascina, con esas descripciones, esas costumbres y ese mundo que desconozco y me gusta.
Y ese magico día de primeros de mes, día de la trasgresion y de Santa Nomina bendita.
Muchos besos, amiga.

Gaby* dijo...

Qué bello relato, desde la ambientación en época y espacio, a todo ese costumbrismo que caracterizaba a las familias de cierta época.
Mientras los padres eran sumamente estrictos, las madres, más benévolas y permisivas a la hora de la recreación. No es difícil imaginar la ansiedad de aquellos chicos, esperando el siguiente mes y ese día tan especial de libertades y disfrute. Precioso texto!
Besos y linda semana!
Gaby*

Natàlia Tàrraco dijo...

Lo he vivido, la atmósfera, el pueblo, los atunes, una maravilla, y lo mejor esa madre salta normas, y lo peor ese pater familias, tantos como él, mata alegrías, ogros y amargados.

Vivir de verdad los días que no estaba el señor normas, venga apurar el tiempo !qué tiempos!
Genial e intenso Leonor, besitos.

Susurros de Tinta dijo...

Fantástica tu historia, la luz de Cádiz es distinta a la de cualquier parte del mundo, esos atunes y melvas de la almadraba, aisssss, y el saltarse las normas por un día imagino que era para todos, también para el padre que ya me gustaría a mi saber que hacía en la capital sin tener que desempeñar el papel de padre riguroso ;P, miles de besosssssssssssssss

Helio dijo...

Una bonita entrada con historias y recuerdos de otro tiempo.
Ha cambiado mucho la vida.
Un abrazo

Unknown dijo...

Un día mágico al mes para los niños y su madre que seguro recordarían al hacerse mayores. Un relato precioso. Un besote.

José Vte. dijo...

Preecioso relato Leonor. Tienes una habilidad verdaderamente especial para contar esas historias, casi olvidadas, de la infancia. Es una norma de esta casa en el que las fotos están descritas de manera entrañable y preciosa.

Un abrazo grande

GUSTAVO dijo...

en primer lugar, te advierto que después de escribir este comentario, me voy a ir a dar pedales tapadito hasta los cataplines, pues hace un frío que se las pela. y es que romper normas a veces se me da bien, pocas veces...pues salir con este frío...para salir así los hay que tener bien puestos o estar medio zumbao...ese debo de ser yo hoy...
bien, deberías de explicarme algunos localismos... ME ENCANTAN ALGUNAS PALABRAS QUE NI YO CONOZCO...
por otra parte, me encanta las descripciones del lugar.
por otra parte, viva el día de cobro¡¡¡ he estado pensando todo el rato, mientras avanzaba en la lectura, que era un domingo, en vez de día normal. claro, era domingo para la familia...
por otra parte, he estado por pasar algún capítulo de una serie de la tv argentina que ando visionando. se titula mujeres asesinas...y es que en muchos capítulos, esas mujeres asesinaban al esposo por causa de estar sometidas...y es que he estado pensando que quizá a ese buen farero, al cual yo quitaría el don, le interesaría no volver del cobro, por no decir que le interesaría palmarlas...
y creo que nada más, farera...
medio beso.

Fabián Madrid dijo...

Recuerdos de otro tiempo y una ambientación formidable. Un beso.

Anónimo dijo...

Bendito día de saltarse normas y saborear el regustillo de la libertad aunque fuera por unas horas. Sin justificar al padre, creo que él era fruto de su tiempo y el rigor que aplicaba era su forma de entender aquello de lo mejor para la educación de sus hijos. Por tanto, no seré yo quien censure su postura aunque hoy nos resulte totalmente incomprensible.
Tu relato es una auténtica delicia.
Un abrazo.

Matices dijo...

Me has trasladado en tus letras a esos días de licencias, ¡qué bonito! y que disfrute... a veces hay que relajar un poco la norma incluso la madre, me da que ella también disfrutaba de sus hijos y del poquito de relajo.
Te puedes creer que nunca he probado las poleás, anoche me las ofrecieron y dije que no porque no sabía que era... ahora ya sé :)

Lucía m.escribanoblogsport.com dijo...

¡ Qué precioso recuerdo hecho relato! Y qué lista la madre, haciendo qué esos niños esperasen con ilusión el día de saltarse las normas, cuanta mano izquierda han demostrado tener las mujeres a las qué les toco vivir años tan duros, para la mayoria de ellas.
Besos amiga.

Manuel dijo...

Como cambia el tiempo las normas, ¿verdad? buena ambientación de una educación rígida basada en normas inamovibles, salvo que el centinela falte en cuyo caso..... FIESTA!!!!!!

Un beso

Toni dijo...

Y no podrían haber pagado al farero por semanas, o mejor cada dos días. Tanta felicidad solo una vez al mes sabe a poco. Pero tu relato sabe a mucho :)
Saludos!

CARMEN ANDÚJAR dijo...

Lástima tan poco disfrute, una vez al mes. No se gana nada siendo tan estricto, porque al final todo eso sale y con más fuerza, uando por fin pueden disfrutar de esa libertad. En este caso es bueno saltarse las normas.
Un abrazo

Sindel Avefénix dijo...

Un relato que nos regala imágenes de otras épocas, en las cuales ser estricto garantizaba que el otro fuera una buena persona. Pero a veces eso juega en contra. Me parece que la educación puede ser flexible y que las mejores cosas se realizan en libertad. Un beso enorme.

San dijo...

Un dia en el que toda norma desaparecia, dias interminables de juegos en las calles, fuera rutinas. Preciosos recuerdos, una recreación maravillosa.
Un abrazo.