miércoles, 28 de septiembre de 2016

ESTE JUEVES: EVOCANDO OLORES Y SABORES





A Mari Pepa, en un principio no le gustó el infernillo de petróleo que sustituyó a su viejo anafre del que no quiso desprenderse trasladándolo a un rincón cubierto que tenía en la azotea, y allí siguió haciendo su café todas las mañanas y muchas tardes, según se hubiera ido consumiendo porque eran tiempos de café de puchero, recién molido en el molinillo de madera y calentado hasta que las zurrapas lo hacían imbebible. Sus pasos tranquilos por la azotea, con sus zapatillas de tela eran uno de los sonidos que acompañaban mis despertares, eso y el runrún de la ropa refregada sobre el lavadero de madera que había en un lebrillo grande de barro. Eran sonidos matinales, sonidos de mi niñez. Mari Pepa, mi abuela, a la que siempre vi vestida con trajes de tonos marrones por una promesa que hizo cuando su hijo mayor fue a la guerra, era una mujer tranquila, acostumbrada a vivir sin prisas. Seria y cariñosa, su delantal era mi cobijo en muchas ocasiones y sus faldas mi almohada cuando en invierno nos sentábamos a oír la radio junto a la copa que horas antes ella había preparado con un poco de carbón, picón y cisco. Muchas veces y cuando ya me dejaban aventurarme por las calles cercanas, lo compraba yo en la carbonería que estaba junto a la pescadería. El recuerdo de la copa me trae el olor de la alhucema que, como la manzanilla, el orégano, las tisanas y otras hierbas, se compraba en paquetitos que traía un vendedor ambulante.  Pero a lo que íbamos, a los olores de los guisos, a los aromas de aquellas cocinas donde mis papilas gustativas experimentaron por primera vez los sabores dulces, los salados, los ácidos. Me encantaba arrimarme a mi abuela para que me mojara un trozo de pan en el tomate que estaba friendo, me gustaba ese gustillo ácido mezclado con el saladito y luego, una vez hechas las sopas de tomate toda la casa olía a hierbabuena.
-Abuela, dame pan. Y ella contestaba: -Pan con pan comida de tontos. No se me podrá olvidar jamás esa respuesta y cada vez que hago esa receta vuelvo a recordarla. 
La hierbabuena es uno de los olores que más relaciono con las recetas de mi abuela, me evoca muchos recuerdos porque al caldo de puchero, que yo creo que se hacía casi a diario, siempre se le ponía esta hierba que adornaba todas las azoteas isleñas en viejos cajones o macetas de barro.  Mari Pepa dejó de cocinar definitivamente cuando se cerraron las carbonerías y llegó el gas butano, su anafre y su soplador quedaron en la azotea como recuerdo de otra época y más tarde, cuando ella se fue a descansar para siempre, alguien decidiría que esas antiguallas no servían ya para nada y fueron arrojadas al olvido, pero aquí estoy yo para que sigan vivas. 


13 comentarios:

Manolo Ruiz. dijo...

Qué preciosos recuerdos. Y qué bonito los cuenta. Engancha y obliga a compartirlos.

Ester dijo...

Una bonita historia, las abuelas siempre en nuestro recuerdo, ellas y sus utensilios, sus costumbres y la mía con su moño y dos delantales. Abrazos

Montserrat Sala dijo...

Un enternecedor y entrañable enrada, homenaje d tu abuela y por añadidura a toda una época pasada llena de de escaceses y coplas. me ha encantado leerte Leonor.MI post también va hacia esta direción. Lo recuerdos de infancia con los sabores y las personas.
A estas horas de la mañana, aún puedo mandarte un abrazo fresquito.

Montserrat Sala dijo...

Hola, ya acabé mi escrito, iy acabo de colgarlo en la red. Espero que me enlaces, cuando te sea poible. Gracias y un abrazo.

http://msalaportagmail.comblogspot.com.es.

Juan L. Trujillo dijo...

Entiendo que la vida actual, la emancipación de la mujer y la prisa, no es lo mejor para esa entrañable forma de cocinar de nuestras abuelas.
De ahí esa proliferación de ollas milagrosas, que solucionan menús en menos de media hora.
Pero yo me acuerdo de mi madre, haciendo el puchero, "al amor" de la lumbre de brasas de cepas, con sofritos hechos con el tiempo necesario para que no se perdieran ninguno de los sabores.
O las tardes interminables en las que junto a alguna vecina amiga, se hacían las rosquillas, las flores, los barquillos, que había que esconder, para que nosotros, los pequeños, no nos las comiéramos aun calientes, porque decían que nos podía dar dolor de barriga.
Algo que, como muchas otras cosas, se perderán arrastradas por las exigencias de los tiempos.
Un beso.

rosa_desastre dijo...

Tu cocina, tus recuerdos, tus sabores y los mios se pasean cercanos por la memoria, amiga.
¡Ay que lindo!
Un abrazo

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Es notable como muchos de nosotros hemos llevado nuestros relatos de aromas de cocina a la evocación de nuestros años de infancia con la presencia de las abuelas como eje de aquellos tiempos. Señal inequívoca de que los recordamos con una feliz nostalgia que nos marcó para siempre. Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Así es Leonor, son joyas del pasado que viven en nuestro recuerdo.
La tecnología avanza y todo eso se va perdiendo.
Ami me encanta el olor del dafé, pero el sabor no tanto, me hago tisanas con hierbabuena, limón, gengibre, canela y miel, calentito en el invierno para no coger catarros.
Un abrazo.
Ambar

Tracy dijo...

Hemos coincidido en lo de pedirle pan a nuestra abuela.
¡Qué entrañable cómo describes el delantal de tu abuela! un refugio seguro, allí estabas a salvo de todo mal.
Tierno, precioso, me encantó.

CARMEN ANDÚJAR dijo...

Muy bonitos tus recuerdos, y una suerte conocer a tu abuela, yo no la conocí.
Un abrazo.

AlmaBaires dijo...

¿Sabes? ...yo cada tanto, sobre todo en invierno, sigo cocinando en una cocina a leña ...lo hago esos días un poco así, fríos y nostálgicos donde los perfumes de las brasas y de comida de las de antes, te hacen sentir "a casa"... donde sea que estés.

Un beso.

yessykan dijo...

Aaawwww adoro tu relato, que tierno es, Leonor. Verdad es, que no hay más recuerdos añórales que los de las abuelas.
Beso

MOLÍ DEL CANYER dijo...

Esas abuelas entrañables....mi infancia tambien se forjo entre el picon del brasero y el cocinar entre leña con olores de alhucema, romero, tomillo y muchos más, nada que ver con las cocinas de inducción de ahora que yo aun me niego a utilizar. Un precioso escrito evocador, lleno de gustos y olores, besos.