sábado, 24 de septiembre de 2011

ESTE JUEVES : MI CALLE





   Mi calle es antigua, céntrica, perpendicular a la arteria principal de mi ciudad, no ha cambiado de largo ni de ancho y sigue manteniendo el mismo nombre desde hace mucho tiempo, para mí desde siempre.
   Cuando yo nací, mi abuela vivía en esta calle, en el número 25, y fue en aquella casa donde aprendí a caminar, a hablar, a jugar.  Durante mis primeros años, el escalón de la casapuerta fue mi asiento de platea del teatro de la vida que se representaba a mi alrededor.
   Por mi calle apenas pasaba alguna bicicleta y los caballos eran el motor de los carros.
  Lo que más recuerdo, por lo que me impresionaba, eran los basureros que hacían su recogida en un carro que siempre llamó mi atención porque delante de él, iban varios trabajadores cogiendo los cubos ( que no llevaban bolsa), y alzándolos hasta un hombre que viajaba metido en medio de las basuras. Cogía el cubo y arrojaba los desperdicios bajo sus pies y como un viñero pisando las uvas iba aplastando aquel revoltijo de cáscaras, espinas, pellejos, y demás elementos malolientes de la forma más natural del mundo, acostumbrado a moverse entre aquella mezcla fermentada.
   En verano pasaba el vendedor de helados pregonando los ricos sabores afrutados tan apetecibles después del almuerzo, bajo un calor sofocante. En otras épocas del año pasaba el vendedor de pirulines que tenía un característico pregón cantarín cuya letra decía que los traía de la Habana.
   El velonero, que vendía cacharros de metal, cuando recorría la calle, hacía chocar los metales cuyo sonido era el reclamo para que las amas de casa salieran a ver la mercancía. Se decía que el paso del velonero pronosticaba días de levante.
   Cuando se oía el pregón de los higos de Jerez, redondos y dulces, ya se sentía el final del verano.
   Pasaba también el afilador que tocaba una flauta haciendo un sonido siempre igual para que las gentes lo identificaran. Los críos se acercaban curiosos a verlo afilar los cuchillos y tijeras sobre una piedra que giraba al ritmo que marcaban sus piernas pedaleando. Lo que nos alucinaba eran las chispas que saltaban al rozar el metal con la piedra.
   En mi calle no había adoquines ni cemento, la calzada estaba formada de piedras de canto redondo, a los que llamábamos chinos, y de tierra, de la que brotaban algunas hierbas que yo andaba siempre recolectando para mis juegos. Cuando escampaba trás un chaparrón, los niños corrían a buscar la limas u otros artilugios con punta para jugar al pincho sobre la tierra reblandecida por el agua de lluvia. Mi abuela aprovechaba esas ocasiones para sacar a la puerta los grandes macetones de Aspidistras para que el agua del cielo limpiara sus enormes hojas verdes. Como ella, hacían otras vecinas y entonces la calle se veía preciosa, toda llena de plantas que brillaban adornadas por multitud de gotas transparentes.
   Algunas tardes, el señor Quico, que vivía en la casa del lado, sacaba a pasear gallos de pelea que criaba en su azotea. Picoteaban en el suelo entre las piedras y las hierbecillas buscando no sé que. No me acercaba a ellos porque me daban miedo, tenían un enorme espolón y sus plumas se encrepaban en cuanto sospechaban algún peligro. Por las mañanas despertaban a todo el vecindario anunciando el nuevo día.
   Las aceras estaban hechas con grandes losas de tarifa, de color grisáceo, lo suficientemente lisas como para pintar con tiza los cuadros que nos servían para jugar al tocadé. Todas las niñas teníamos un trozo de mármol blanco que era nuestra china. Si a alguna se le rompía salíamos en busca de algún trozo que casi siempre encontrabamos a las puertas del contructor de lápidas que había en la esquina. Recuerdo que mi abuela la llamaba la casa de la lapidaria. Desde la puerta que era bastante ancha y de una madera de color irreconocible por el polvo de mármol que la cubría, se veía una escultura de busto del corazón de Jesús que me daba pavor porque desde mi altura parecía tal alto como el del Pan de Azúcar.
   En una esquina había un ultramarinos al que las mujeres acudían varias veces al día porque se compraba a poquitos, según se iba necesitando, un hueso de jamón para el puchero, un vasito de vino para el guiso, un poco de café y azúcar para la merienda, un papelillo de harina para la fritada de pescado. El tendero, que se llama Daniel, iba apuntando en una libreta lo que cada una se iba llevando y que se pagaba al final del día o por semanas, según la economía de cada familia.
   La calle era nuestro lugar de juegos porque no había peligro de coches. En ella pasabamos muchas horas del día, sobre todo en vacaciones nuestros juegos se alargaban hasta pasada la medianoche, mientras los vecinos, sentados en sillas a la puerta de sus casas, contaban sus historias, se apenaban por sus desdichas o reían por las ocurrencias de unos y otros.
   Mi calle fué cambiando las viejas y ruinosas casas por nuevas construcciones, en algunos casos que han estropeado  ese olor a antiguo que tanto me gusta. Ya tiene la calzada de adoquines y las aceras de losetas de cemento y el tráfico la maltrata día y noche, pero es el progreso y hay que adaptarse.
   Mi casa sigue como hace muchos años.  Su fachada y las almenas de los pretiles de la azotea son los originales, típicos de la ciudad. Y dentro de la casa hay un patio que es un oasis en medio de los ladrillos. Nadie diría que en esta calle hay un vergel donde convive la buganvilla con el aromático jazmín, los rosales con las olorosas plantas aromáticas, hierbabuena, romero, menta, tomillo, mejorana, y una gigantesca estrilicia cuyas flores semejan el largo pico de un ave tropical.  El aloe, los geranios, el laurel y el azofaifo comparten el aire con un alto ciprés, que llegó a casa con una cuarta de altura y está rozando las nubes. Y no podía faltar una fuente cuyo sonido acompasado relaja al que se sienta en el patio a descansar el espíritu.
   Así es mi calle larga y estrecha, que acaba cerca de un hermoso parque, con grandes árboles, fuente con patos, merendero y auditorio, un lugar agradable para sentarse a la sombra, disfrutar de sus colores y respirar el aire oxigenado por su vegetación.
   Mi calle está llena de historias como todas las calles, sobreviviendo a los que las habitan, acogiendo a los nuevos moradores generación trás generación.
   En mi calle vivieron mis abuelos, mis padres, mis hijos y yo, y ya la conocen mis nietos.
   Ella estará siempre ahí.
  
    
  
  

22 comentarios:

Lola Polo dijo...

Ya me gustaría vivir en una calle como la tuya, Leo, con tanta historia y tantos recuerdos

Un beso

Anónimo dijo...

No puedo acceder por el momento.

Anónimo dijo...

Muy rotundo y sugestivo, eso de "mi calle siempre estará aquí". De alún modo a mí me gustaría que así fuese.
No conozco San Fernnado. Pero sí ese sonido cantarín de las aguas que se desplazan por fuentes y canalillos en los jardinas de la Alhambra.
Me gusta mi ciudad sin ruidos de vehículos que ruedan.
¡Pero cómo será de aquí a unos cinco años todo lo que ahora damos por inmutable! Nuestros paisajes urbanos decaen y se transforman. No es posible mantenerse todo igual. A nosotros evidentemente esto no nos pasa. Desgraciadamente los seres queridos se nos van.
Sí. Las piedras son testigos de mis pasos. Te doy la razón en ello. De ahí que me fije tanto en las fachadas. Ellas, presiento que a mí a su vez me observan y me juzgan. Mi ciudad, por lo demás es muy benevolente.
No puedo acceder a través de Goggle por motivos que desconozco.

Tésalo

Anónimo dijo...

Un recorrido precioso por tu calle con todo lujo de detalles. Siempre se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero en este caso esa infancia seguro que es mucho más sana que las de ahora, con las consolas, el ordenador,que hacen que nuestros niños se relacionen poco.
Un saludo
Carmen Andújar

Natàlia Tàrraco dijo...

Bienvenida Leonor, en tu calle he sentido, olido, jugado, notado, infinidad de detalles que también, de alguna manera reconozco, aunque esa calle, la tuya, es irrepetible e intransferible en el lugar de la memoria.
Mirar atrás, melancolía preñada de intensidades, algo que puede dañar con dulcísima herida.
Un cuento corto en toda su hermosura.
Besitos, hasta ahora.

Anónimo dijo...

Esa calle que con tanto lujo de detalles nos has descrito, bien podría haber sido la mía. La calle donde yo nací también tenía acerado con grandes losas de piedra, tampoco pasaban coches por su calzada de cantos rodados y pulidos, también los vecinos se sentaban a la puerta al caer el día, después de barrer y regar las puertas de sus casas. También el afilador, el vendedor de chucherías, y otros personajes tenían su lugar en ellas.
Me ha encantado tu relato.
Un abrazo.

María José Moreno dijo...

Esa calle tuya es un poco la calle de todos, de nuestra infancia en una españa que despegaba pero eminentemente rural, incluso en la ciudad. Yo siempre he vivido en ciudad pero las calles de mi infancia son asi.
Encantada de conocerte, creo que no nos conocíamos y espero que estes ya siempre con nosotros.
Un beso

Leonor dijo...

Gracias a todos los que os habéis tomado el tiempo de leer mi relato. Gracias por vuestros agradables comentarios. Espero seguir por aquí mucho tiempo y conoceros a todos poco a poco. Un beso

Verónica dijo...

Hola, primera visita y grata sorpresa la mía.

Esa calle, la tuya, que fue, es y será para ti y los tuyos como parte de vuestra vida. Muy bonito tu patio, si vieras el mío te daba un patatús.

besito y café.

Juan Carlos Celorio dijo...

Hola Leonor, me ha gustado tu texto, con tantas evocaciones a la infancia, al encanto de esos tiempos en que las cosas eran mas sencillas y más perfectas.
Nos seguimos leyendo los jueves, ¿vale?

XoseAntón dijo...

Una calle, un retrato de familia; historia reflejada en cada adoquín y atrapada en un cuadro emotivo y tierno que has compartido con generosidad. Entrañable.

Bikiños

MARU dijo...

Me alegra mucho tu incorporación al grupo.
Un relato entrañable, lleno de nostalgia, de historia y de vivencias.
Un álbum de fotos con preciosas estampas ...
Besitos, amiga.

Anónimo dijo...

Ya quisiera tener un patio como el tuyo, con plantas aromáticas, florales, arboles y fuente, un vergel como dices.
Hermosos recuerdos de una calle estrecha y adoquinada cuyo aroma llega hasta esta mi tierra.
Te mando un gran beso Leonor
Ceci

Unknown dijo...

una calle llena de historias, de recuerdos, de vida sin dudas... un beso! seguramente vuelva a pasar por esta calle a dejar más comentarios!

Leonor dijo...

Bienvenidos todos los que os habéis acercado a "mi calle". Aquí me gustaría estar mucho tiempo. Mis pensamientos plasmados en forma de relatos, de críticas, de quejas, o de lo que me invada el alma, serán un escape para mí.

Leonor dijo...

Un beso para ti, Ceci, espero que los aires de mi tierra tengan fuerza para llevarlo hasta tu Buenos Aires.

San dijo...

Bien encontrado este rincón, caminaba de calle en calle y di con esta tierra mágica. Lugar ideal para jugar y crecer. Calle de encuentros, amistades que se forjan bajo los tiernos ojos de los abuelos, de la familia.
Me encantó sentarme a observarla en el escalón de tu casa.
Un abrazo.

Any dijo...

Muy bonita esa calle que evoca una infancia feliz. Recuerdos que uno lleva para siempre en la memoria.
Esa foto es estupenda! me gustó mucho
Un saludo

Maty dijo...
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Diego Soto Fernández (San Fdo-Cádiz) dijo...

Tu historia personal parece robada de la mía en mi calle, por lo que deduzco que en general, esa era la forma de vivir de aquellos años.
Me has emocionado y me has arrancado unas lágrimas
Gracias.

Leonor dijo...

Tienes razón. Casi todos los cañailla tenemos recuerdos parecidos de nuestra niñez.Fue una forma de vivir.
Llorar de emoción es señal de sensibilidad. Gracias por tus palabras. Un saludo afectuoso.

Tracy dijo...

Me ha encantado andar por tu calle y conocer a sus gentes.

Que suerte que puedas seguir viviendo en el mismo lugar en donde. Iniciasye tus primeros juegos y has llegado hasta tus nietox. Eso es un patrimonio que no toxo el mundo podemos tener y wue te debe hacer sentirte orgullosa de el. Me encantó conocerye un poco más.
Un beso