domingo, 11 de mayo de 2014

PASEANDO RECUERDOS






A mi amigo Juan

El rumor del mar acompaña su solitario paseo mientras su mirada puesta en el horizonte despide los últimos rayos de sol que se resbalan sobre las aguas doradas. Así camina un hombre bueno, acompañado de sus recuerdos, con el pensamiento perdido en otro lugar y otro tiempo. A veces cierra los ojos y espanta los dolorosos momentos para no sentir en su alma la puya que la atraviesa, y,  vuelve al presente,  y disfruta de ese astro ya semicircular que se va perdiendo tras el mar, siente su cálido abrazo y sabe que merece la pena vivir aunque sea en soledad, con el corazón infartado por los golpes recibidos, con el puño que aprieta su garganta para evitar que de rienda suelta al grito que le ahoga, con esos sentimientos que a veces provocan un odio que no puede permitir porque a quien  daña más es a sí mismo.
Le han quitado parte de su vida, ha perdido su hogar, el que se hace día a día, el que agrupa a sus moradores en torno a instantes felices y a ratos de aflicción, pero todo une,  la alegría y la pena, la tristeza y el gozo, el júbilo y el quebranto, todos son sentimientos que acompañan la existencia. Pero ahí, dentro de su ser hay un hombre orgulloso de seguir su camino con el rostro mirando al frente, con su imperturbable  dignidad,  porque al hombre nadie podrá quitarle su honra, su decencia y decoro, la grandeza de los seres honestos es inalterable.
No es necesario el halago y la lisonja ajena para aquellos que se saben honorables porque es algo que emana desde dentro y casa con los principios. El amor propio le enaltece a pesar de los intentos que hagan por hundirle.
Así el hombre camina sobre la arena mojada, a veces salpicada de espuma blanca que acaricia sus pies desnudos, enredando en sus recuerdos sigue su lento recorrido iluminado por  las últimas luces del día y acompañado por su dignidad, su más preciado tesoro, eso que nadie tiene el poder de quitarle. A veces le sorprende alguna gaviota que pasa de refilón o un grupo de  chorlitejos que camina a paso ligero por la orilla desviando los pensamientos del hombre que disfruta de las sencillas imágenes que le brinda la naturaleza. Y es que solo las almas cándidas saben sentir la felicidad con las cosas pequeñas, como cuando mira al cielo y sonríe ante una gran nube que asemeja un algodón de azúcar y recuerda a sus hijos en las fiestas, cuando iban con las manitas pegajosas, arrancando trozos de esa espumosa maraña de hebras dulces en torno a un palo. Y sus recuerdos van y vienen de forma aleatoria, y es feliz, porque está vivo y eso es muy grande.
Al llegar junto al camino que le lleva de vuelta a su casa, se vuelve para ver  sus huellas y  despedirse de  ese mar que le arrulla en su soledad.

4 comentarios:

JuanJo dijo...

Un bonito relato, con mucho sentimiento y profundidad.
Una delicia como otras muchas.

Ester dijo...

Relato del caminante, nos vamos con él paseando, muy bien narrado. Abrazos

censurasigloXXI dijo...

MI padre siempre decía, cuando veas a una persona que emana honestidad por sus poros, haz por conocerla y quererla.

Un beso.

Anónimo dijo...

Un buen realto, sigo hurgando por aquí.