A mi amigo Juan
El rumor del mar acompaña su
solitario paseo mientras su mirada puesta en el horizonte despide los últimos
rayos de sol que se resbalan sobre las aguas doradas. Así camina un hombre
bueno, acompañado de sus recuerdos, con el pensamiento perdido en otro lugar y
otro tiempo. A veces cierra los ojos y espanta los dolorosos momentos para no
sentir en su alma la puya que la atraviesa, y,
vuelve al presente, y disfruta de
ese astro ya semicircular que se va perdiendo tras el mar, siente su cálido
abrazo y sabe que merece la pena vivir aunque sea en soledad, con el corazón
infartado por los golpes recibidos, con el puño que aprieta su garganta para
evitar que de rienda suelta al grito que le ahoga, con esos sentimientos que a
veces provocan un odio que no puede permitir porque a quien daña más es a sí mismo.
Le han quitado parte de su vida,
ha perdido su hogar, el que se hace día a día, el que agrupa a sus moradores en
torno a instantes felices y a ratos de aflicción, pero todo une, la alegría y la pena, la tristeza y el gozo,
el júbilo y el quebranto, todos son sentimientos que acompañan la existencia.
Pero ahí, dentro de su ser hay un hombre orgulloso de seguir su camino con el
rostro mirando al frente, con su imperturbable
dignidad, porque al hombre nadie
podrá quitarle su honra, su decencia y decoro, la grandeza de los seres
honestos es inalterable.
No es necesario el halago y la
lisonja ajena para aquellos que se saben honorables porque es algo que emana
desde dentro y casa con los principios. El amor propio le enaltece a pesar de
los intentos que hagan por hundirle.
Así el hombre camina sobre la
arena mojada, a veces salpicada de espuma blanca que acaricia sus pies
desnudos, enredando en sus recuerdos sigue su lento recorrido iluminado
por las últimas luces del día y
acompañado por su dignidad, su más preciado tesoro, eso que nadie tiene el
poder de quitarle. A veces le sorprende alguna gaviota que pasa de refilón o un
grupo de chorlitejos que camina a paso
ligero por la orilla desviando los pensamientos del hombre que disfruta de las
sencillas imágenes que le brinda la naturaleza. Y es que solo las almas
cándidas saben sentir la felicidad con las cosas pequeñas, como cuando mira al
cielo y sonríe ante una gran nube que asemeja un algodón de azúcar y recuerda a
sus hijos en las fiestas, cuando iban con las manitas pegajosas, arrancando
trozos de esa espumosa maraña de hebras dulces en torno a un palo. Y sus
recuerdos van y vienen de forma aleatoria, y es feliz, porque está vivo y eso
es muy grande.
Al llegar junto al camino que le
lleva de vuelta a su casa, se vuelve para ver
sus huellas y despedirse de ese mar que le arrulla en su soledad.
4 comentarios:
Un bonito relato, con mucho sentimiento y profundidad.
Una delicia como otras muchas.
Relato del caminante, nos vamos con él paseando, muy bien narrado. Abrazos
MI padre siempre decía, cuando veas a una persona que emana honestidad por sus poros, haz por conocerla y quererla.
Un beso.
Un buen realto, sigo hurgando por aquí.
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