Vestido de negro,
bien rasurado y perfumado, Alberto se dirigía con paso cansino hasta el tugurio
de las afueras, un local de poca clase en el que amenizaba las noches de un público poco dado
a escuchar, el alcohol corría a raudales y las peleas eran diarias, camorristas
con muchos tiros dados, con un bagaje de
desventuras y desamores, gente de poco fiar.
Llegaba
a las diez, una hora antes de que abriera el local y despacio sacaba su viejo
instrumento de la funda y lo colocaba sobre la peana mientras se tomaba la primera copa.
En la trastienda
se encontraban el dueño y sus esbirros siempre a sus órdenes, perros temerosos
de recibir un tiro por la espalda por encargo del jefe si no actuaba según sus reglas.
Entre ellos una mujer, una joven de facciones bonitas y gesto triste, siempre
callada, esperando una mirada de su amo para obedecer sin rechistar. Cuando
abría el local se colocaban en las mesas
del fondo desde donde vigilar lo que fuera transcurriendo. En la mesa del rincón
cerca del escenario, ella se sentaba semioculta, un leve reflejo de luz la iluminaba,
suficiente para ver que en muchas ocasiones su mirada se veía empañada por
lágrimas. Cerraba levemente los párpados queriendo limpiar la imagen borrosa.
No dejaba de mirar al escenario y con cada nuevo tema su expresión iba
cambiando, unas veces caía en una profunda melancolía mientras otras, llevada por un ritmo más alegre, se
veía sonreír sutilmente. Era la única persona
que escuchaba su música y él sentía cada noche que ella era el motivo por el
que seguía tocando, imaginándose a aquella linda muchacha acercándose despacio,
con pasos sugerentes y que apartando el saxo de su boca lo sustituía por sus
labios obsequiándolo con un largo beso.
Imaginaba que alguna noche, en una de las broncas que allí se formaban, ella
correría a sus brazos y él la salvaría y se irían lejos, muy lejos, a vivir una
vida de amor.
Pero
las noches se seguía sucediendo, una tras otra, y eran todas iguales,
ella se mantenía en su penumbra y el tocaba tristemente el viejo cacharro
metálico.
Más romances en el blog de Mónica, Neogeminis
14 comentarios:
El amor platónico puede ser muy triste. Un abrazo
Un amor sutil que insiste en mantenerse entre las sombras, quizás por impuesto decoro, quizás por mera supervivencia.
Una muy sentida historia.
Gracias por sumarte!
=)
Los dos imaginan que el otro se atreve. Pero no sucede, que deprimente.
Hola Leonor, bella historia, lástima que ninguno de los dos se atreve a matar la rutina, o cambiar las cosas, ninguno da el paso.
Qué pena que ninguno de los dos se animara a dar el primer paso, eso de amarse en silencio es triste.
Ojalá alguna noche de estas marquen la diferencia.
Un beso.
Triste tu relato, pero real. Es muy dificil salirse de estos círculos. Los dogos estan siempre alerta y al servicio de matón.
Saludos y buen fin de semana, Leonor.
Vayaaaa, ha salido un argumento mafioso de amores prohibidos ente la chica del capo y el saxofonista... cuenta, cuenta ¿Cómo acaba la peli? :)))
Un besito y tu café.
Enhorabuena por el excelente climax con el que has conseguido ambientar este bello relato de amor y desesperanza.
Un abrazo.
Muy triste pero le has sabido dar ese toque de esperanza para que los protagonistas puedan seguir tirando de su triste existencia.
Una historia de amor puede suceder en cualquier sitio y en este caso, escuchado un bella melodía; aunque ninguno de los dos dirá el primer paso.
Un abrazo
Por los sueños hay que hacer algo más que soñar, hay que hacer lo necesario para hacerlos posibles o al menos intentarlo. No sirve dejarse invadir por la desidia y la rutina. Es un estado que a nada conduce salvo a seguir, día tras día tocando el saxo el y oyéndolo en la penuymnbra ella.
Un abrazo.
Impecable. No te digo más.
Ah...sí: me encantó.
un abrazo
Muy bien ambientado, se percibe el humo de los habanos, el miedo de ella y el deseo de él.
Ojalá... algún día.
Besos
Bonita historia de amor, parece que la empatía les lleva a la conjetura y a la ensoñación. Me guata incluso el final.
Publicar un comentario