Juan fue salinero desde niño, desde que caminando junto a su tío iban desde la calle Carraca hasta la playa de Camposoto, que entonces era una zona militar y no estaba permitido entrar, si es coherente decir entrar en una playa.
Juan fue un buen salinero, él sacaba más sal que ninguno. Al menos es lo que él cree, lo que evoca cuando echa mano de sus recuerdos que a causa del Alzheimer se le están evaporando. Es muy inquieto, no puede estar sentado porque las piernas lo hacen deambular continuamente, él dice que si se queda quieto le duele la cintura, que tuvo un problema de cadera y desde entonces, hasta cuando se sienta en el retrete tiene que saltar del dolor que le produce, y quiere caminar, pasear de un lado a otro para aliviar ese dolor que es más mental que físico. A pesar de su depresión, que según él la tiene hace más de veinte años, tiene un inteligente sentido del humor. Es dócil y se convence con las palabras adecuadas. Como todos ellos no entiende el motivo de su permanencia en la sala, por qué no le dejan ni siquiera pasear por el pasillo, si él no va a irse, solo quiere pasear porque las piernas le obligan.
Y pregunta que cuándo podrá salir, cuándo se irá a casa, y se le responde, siempre se le responde, que tu hijo viene a buscarte. Aunque lo pregunte mil veces se le explica con paciencia y él se desespera nuevamente. Es que llevo aquí desde las doce. Una hora cualquiera que llega a su mente por pura casualidad. Pues tu hijo tiene que estar al llegar, siéntate un poco y verás que viene enseguida. Y Juan se sienta durante un minuto escaso y vuelve a levantarse acercándose a la puerta que es su salvación, él quiere estar con su familia, con su mujer que tiene diecisiete años menos pero que parece más vieja, eso dice Juan con sorna. Ella tiene arrugas y levanta orgulloso su cara presumiendo de la tersura de su piel.
A Juan le gusta hablar, quiere que lo escuchen y guarda en su interior mucho tiempo vivido, lo tiene algo revuelto, sus recuerdos se enmarañan y salen mezclados pero él los disfruta al contarlos. Yo fui salinero, y de los mejores, y luego estuve en la construcción, cuando las salinas empezaron a cerrarse, fíjate, ¿sabes dónde está la calle Carraca?, pues yo iba con mi tío desde allí hasta el final de la carretera de la playa de Camposoto, ibamos andando para allá y de vuelta, todos los días, a la salina. Yo trabajé en la Salina de San Juan y en la Leocadia y luego cuando las salinas empezaron a cerrar me fui a la construcción y en eso también fui bueno, un buen trabajador, hasta que me pasó lo de la cadera y luego cogí depresión, que la tengo hace más de veinte años, y ahora esto que tengo. Juan no nombra lo que tiene, solo dice "esto que tengo". Y sigue hablando, mientras mira sonriendo a su interlocutor, como agradeciendo que se le esté prestando atención. En la salina empecé acarreando sal porque no tenía fuerza para arrastrar los rodillos aunque pronto empecé con el de rondear que es más chico y luego el de allegar para ir amontonando la sal, los más mayores eran los encargados del rodillo de sacar que es el más ancho de todos y es muy pesado. Yo pasé por todos y así tengo los riñones que me están matando, qué dolor chiquilla!, pero daba gusto llegar a las orillas y ver las flores brillando por el sol. ¿Las flores, Juan? Sí hija, las flores son granos de sal que brillan iluminados por los rayos de sol, una preciosidad.
Fueron buenos años para Juan, sin grandes preocupaciones, una vida dura para un niño pero llena de felicidad porque a Juan le gustaba ir con su tío a las salinas.
En la construcción también fui un buen trabajador, vuelve a repetir, de los que hacen bien su trabajo. Y luego tuve lo de la cadera y la depresión que hace ya veinte años, y ahora esto, y baja la mirada quedándose a solas por un instante con sus pensamientos. Al poco reacciona y se ve de nuevo en aquella sala y pregunta que cuándo va a salir, que tiene que ir a su casa. Ahora, Juan, en un poquito llega tu hijo, ya viene de camino. Y Juan se conforma y sonríe y sigue con la conversación que para él está empezando. ¿Sabes donde está la calle Carraca?, pues desde allí iba yo andando hasta la salina porque yo de chico y de muchacho fui salinero y salía de la casa que estaba en la calle Carraca con mi tío, íbamos andando hasta las salinas, la de San Juan y la Leocadia. Qué buen salinero era yo! Ahora estoy malo, me tienen que ver los médicos que me van a dar lo de la paga y si me lo dan todo voy a tener 400 euros más todos los meses. ¿Y sabes que es lo primero que voy a hacer?, dejar a mi mujer. Y se ríe, y mira con picardía alrededor. ¿Se han enterado todos?, pregunta. No Juan, nadie se ha enterado. Pues la voy a dejar porque aunque tiene diecisiete años menos que yo ya tiene la cara llena de arrugas. ¿Será porque fuma?. Y Juan reacciona con enfado, qué va a fumar, delante mía no, un día la cogí fumando en la terraza, y yo vivo en un noveno piso, y le di un empujón y la tiré. ¿Al suelo?. A la calle, allí cayó despanzurra, y las gentes empezaron a llegar y le preguntaron que qué le había pasado. Y ella dijo: No sé, yo acabo de llegar. Y Juan se ríe al ver la cara se sorpresa que se le queda a su confidente. Y explica el chiste. Eso lo dijo para quitarle hierro a la cosa.
Pero cuándo me voy a ir que ya llevo aquí mucho tiempo. Ahora, Juan, ya tu hijo está al llegar. Hay que ver lo que es la vida, uno cría a sus hijos y luego a los nietos, y cuando uno puede estar bien y disfrutar le pasa esto, esto que me ha entrado y...Juan se queda pensativo y se entristece.
¡Qué insípida puede volverse la vida hasta para el que fue el mejor salinero!
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13 comentarios:
Un estupendo relato que refleja la dureza,los avatares y la decadencia de la vida de la mayoría de los humanos.
Un abrazo.
Les gusta hablar y a veces se van de la lengua al contar su vida, pero ya no importa, su vida está acbanado y las cosas grandes se ven de un tamaño menor...
Un abrazo y cafelito.
Has recorrido un camino inverso, ese que nos lleva irremediablemente a una vida sin sabor a nada. Quedan los recuerdos.... que para eso los vamos construyendo.
Me has conmovido con tus palabras y hecho reflexionar.
Besos con gusto al Río de la Plata, ni dulce ni salado, pero grande como mar.
Qué excelente relato. Contado con toda naturalidad, llevado por una mente que padece sus baches y recuerdos que tal vez debería acallar. Puede sonar a eco, pero muy bien logrado ese flashback, sobre todo emocional, lleno de añoranzas. Las paradojas de la vida, que alguien que trabajó donde más sal había, se halla quedado sumergido en la insipidez de una vida que se aletarga.
He disfrutado muchísimo de tu relato Leonor!
Besos!
Gaby*
Esta es una gran historia llena de vida real Ester. De fuerte contenido pero sumamente real... deja un justo sabor amargo. Lo que está muy claro es el recurso del humor. Hay sabiduría en tus palabras amiga....
Relato real como la vida misma, y triste, muy triste. Llegar a mayor para esto, que cruel.
Me ha llegado tu relato amiga
Un abrazo
Precioso relato al que le has puesto un broche salado y salinera.
Caramba Leonor, ¡menudo relato! A ver por donde empiezo, por el estilo, que lo hace tan real, con esas repeticiones, chistes, insistencias se acerca mucho al modo en que esa historia puede haber ocurrido ... y seguramente ha ocurrido, ¿verdad? Supongo que te has basado en hechos reales (te confieso que yo también, aunque luego cambié el final). El juego de vida insípida y salinero, buenísimo.
Perdona el largo comentario pero aún seguiría.
Besos de uno que recuerda su paso por Camposoto.
Es curioso como flotan los recuerdos desordenados, aunque el final siempre es el mismo. Al menos esa parte buena de una vida dura pero llena la tiene dentro aunque sea en instantes sin orden..
Me gustó como lo has planteado, con su realidad (que es durilla) y sus momentos amables.
Besos!!
La sal de la vida que son los recuerdos,se diluye en el plato vacío de una tremenda enfermedad. precioso relato.
Un beso
Querida Leonor! que gusto me da leer tu relato! Me encanta esa manera tan natural de contar, me da frescura, suena muy orgánica, de verdad me causa mucha admiración!...
Lo demás: una vida que ha perdido la sazón busca pequeños destellos de interés en los ojos de otro, al menos por esos ratitos en que se pilla a alguien y se lo hace rehenes de un monólogo (como suelen hacer los mayores, ja!), ¡que no por eso resultan menos interesantes!!
Un placer estar en tu casa Leonor (me gusta mucho la nueva plantilla del blog)
Abrazo grande
Querida Leonor! que gusto me da leer tu relato! Me encanta esa manera tan natural de contar, me da frescura, suena muy orgánica, de verdad me causa mucha admiración!...
Lo demás: una vida que ha perdido la sazón busca pequeños destellos de interés en los ojos de otro, al menos por esos ratitos en que se pilla a alguien y se lo hace rehenes de un monólogo (como suelen hacer los mayores, ja!), ¡que no por eso resultan menos interesantes!!
Un placer estar en tu casa Leonor (me gusta mucho la nueva plantilla del blog)
Abrazo grande
Una historia contada con mimo, con cuidado,tanto que la haces real a los ojos del lector, real y cercana.Felicidades Leonor.
Un abrazo.
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