De nuevo te
giro y veo correr lentamente tu sangre,
ajena a todo, me distraigo en el tiempo, tu tiempo,
y mi tiempo.
Tu arena fina alimenta una duna de pasado
que va amontonando recuerdos
mientras resta instantes a la vida.
Quién
le iba a decir a Don Antonio que un día no volvería a darle cuerda a su reloj.
Que su tiempo se había acabado y que serían otras manos las que se ocuparían de
hacer girar la llave para que las manecillas pudieran continuar su invariable
camino, segundo a segundo, siempre en la misma dirección, apuntando a los
números romanos de su esfera nacarada. Todas las semanas, el mismo día y a la
misma hora, él se dirigía con paso lento hacía el rincón de su cuarto donde
estaba colocado el reloj de metal, siempre brillante, pulido con netol y trapos
viejos de algodón. Desde mi cama oía el crujir de la cuerda enroscándose al
ritmo de la llave que mi abuelo hacía girar con parsimonia. Era todo un ritual
que el mismo tiempo marcaba. El tiempo al servicio del tiempo. Cada siete días
el reloj esperaba la mano protectora que le permitiría seguir adelante, otros
siete días, y otros siete, sumando siempre, y restando al mismo tiempo. Su
segundero suena a recuerdo, a niñez, a café recién molido, a mañanas de
inocencia, a ropa restregada en el lavadero de madera, a los pasos de mi abuela por la cocina, a la
luz del día entrando por la montera, a sábanas bailando en los cordeles del tendedero, a trapos soleando en los pretiles de
la azotea, al chisporroteo de la mariposa en el vaso de agua y aceite, a una
época que se ha llevado el tiempo y que el reloj de metal, hoy colocado en mi
patio, me trae con la misma calidez de entonces.
Recuerdos entrañables, contados de forma magistral, de manera que parece que, al leerlos, se viven las escenas que nos va contando, llenas de cariño y cercanía.
ResponderEliminarNos sobrevivirán esos tesoros, pese a que nuestros recuerdos permanecerán siempre firmes mientras estemos vivos, y alimenten nuestra propia historia.
ResponderEliminarUn abrazo
Estupendo, como nos tienes acostumbrado, me has trasladado en el tiempo, tu abuelo relojero, el mio además de fundidor en la Constructora, regentaba un Güichi, y allí me has trasladado, a sus rutinas, a sus labores, a su forma de vivir, precioso.
ResponderEliminarUn reloj entre recuerdos, cobijado entre las horas y los días.
ResponderEliminarBesos.
Tiempo y recuerdos, siempre juntos, me gustó el relato, Leonor
ResponderEliminarBeso
Me has hecho recordar historias vividas que tienen como protagonista no sólo al reloj, sino a la persona que lo cuidaba.
ResponderEliminarY el reloj seguirá girando largo tiempo, como ya lo hizo antes.
ResponderEliminarUn saludo.
La pena es que también un reloj, aunque no fuera ese mismo, marcara tiempos cercanos, tan distintos y tan distantes, pero teniendo en común las sensaciones que provoca el contemplarlos.
ResponderEliminarSin embargo, el cariño siempre seguirá ligado a la marcha de estos aparatos, que se convierten en dueños de nuestra vida, por lo que representan al medirlas. Y, aunque no lo queramos, controlarlas.
Recuerdos de la infancia en el presente.
ResponderEliminarBesos.
Jo, Leonor! Esta vez lo has bordado, no solo con la poesía que has puesto al principio inspirada en el reloj de arena sino también con la historia del reloj de tu abuelo que supongo que será cierta.Me ha encantado, nos has hecho viajar a través de un objeto a unos recuerdos y a una época que no va a volver, pero que recordarás cada vez que le des cuerda al reloj.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar.
Un beso
Un relato evocador que nos traslada a otro tiempo lleno de sensaciones que hacen vibrar. Me has llevado por momentos a mi infancia y a otras manos que daban cuerda al reloj. Magnifivo relato, besos.
ResponderEliminar¡Hola! Me gusta mucho esa manera de narrar como le da cuerda al reloj y evoca recuerdos. Me ha dado mucha ternura
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Lo de dar cuerda a un reloj con una rutina establecida del abuelo de tu ciento, para mi significa dos cosas:
ResponderEliminarPrimero que sigue vivo. Es una obviedad pero el que hace el acto (
Sobre todo es una persona mayor) puede pensar: ¿estaré vivo los próxima vez?
Segundo que es mortal. Su ritual le recuerda cada semana que esa puede ser la última. De cómo la viva depende de él.
Por suerte, el reloj sigue funcionando.
ResponderEliminarBien contado.
El paso del tiempo es inexorable, quizás se haga más lento al ver con deleite como cae la arena y vuelta al reloj, como un juego que nos distrae del propio paso del tiempo.
ResponderEliminarMis abuelos y padre tenían los de pared de péndulo con plomadas, y no sé si era esclavitud, ilusión, adicción, pero todos los días a la misma hora de la noche, le daban cuerda y ponían en hora si se había parado por algo, pq habitualmente eran muy precisos.
El de mi abuela lo tiene un hijo, tío mio, es apoyado de pie en el suelo, el de mi padre, de pared largo, lo cuida mi hermana en casa de mi madre, y en la mía el de cuerda me llegó a través de un cuñado, y es uno negro redondo, de un procedente de un destructor de EEUU de la segunda guerra, y efectivamente, la cuerda le dura normalmente 7 días, salvo se apure mucho y llegue a casi diez, forzando.
Pero para que no oase el tiempo, lo dejo descansar de vez en cuando, a lo mejor es vagancia,,,,
Su tic tac es fuerte y característico.
Me encanta.
Es un precioso relato y poesía, la cual es impactante pir su sangría coctelera...
Gracias, me encanta, vuelve uno a la niñez con esos recuerdos, como dice la canción....
Con lo dolorosos que pueden ser, a veces, ciertos recuerdos, siempre quedan en la memoria momentos que llegan a superar cualquier tristeza, por lo que han podido significar.
ResponderEliminarPero muchísimo más triste es ese instante en el que tienes que parar ese reloj que ha acompañado los últimos tiempos de tu vida, porque ya... para qué.
El tiempo no se detiene, ayer es hoy y será mañana, mientras los recuerdos vivan en nosotros. Evocador.
ResponderEliminarBesos