Aquella casa donde había sido tan feliz,
ya no olía a jazmín ni a hierbabuena. Ni sus geranios, dispersos en multitud
de macetas por las ventanas, eran lo que siempre habían sido, un
arco iris de color que alegraba cada uno de aquellos ojos abiertos al sol. Ahora adolecían de color, estaban mustios, les
faltaba riego, poda y abono.
En
los últimos meses su vida había experimentado un giro inesperado. La fatiga
constante y los dolores de sus huesos, ya gastados por los años, se habían
visto acrecentados. Ella, con su vida pacífica y ordenada, había aceptado un vendaval de emociones y un
torbellino inesperado con la llegada de su hijo y sus dos nietos.
El hombre, que ya hacía más de dos años que estaba sin trabajo, no podía seguir
pagando la hipoteca. Había agotado todas las ayudas y se encontraba acorralado
y sin medio alguno de subsistencia. Solo le quedaba ella.
Su mujer tampoco pudo resistir la
presión de verse en la calle y los abandonó con la excusa de no ser una carga
más, y la promesa de visitarlos con
asiduidad. Buenas intenciones que
quedaron en eso.
Los viejos muebles soportaban estoicamente el ímpetu de los zagales. Su rincón junto al brasero de la mesa camilla
dejó de ser privado y tranquilo, viéndose constantemente mancillado. A medida
que pasaban los días, su pensión de viuda se veía cada vez más ridícula,
empezaba a faltar para cubrir hasta las necesidades más básicas. Ésta desazón
angustiosa terminaría por enfermarla si no ponía remedio.
Una mañana, mientras su familia dormía, ella salió a la calle y en la misma
puerta del edificio extendió una pequeña manta cubierta con un pañuelo de seda
y esparció sobre él todo su activo. Los
recuerdos de toda su vida comprimida en pocos objetos, su anillo de boda, un
pequeño joyero de nácar y algunas joyas de no mucho valor, una canastilla llena de labores hechas a mano
que había ido trabajando con esmero, mantas de ganchillo tejidas al calor del
brasero, manteles bordados, cuadros a punto de cruz, bufandas, gorritos, y todo
lo que había acumulado con mucho cariño, testigos de sus años vividos.
Todos sus recuerdos expuestos, casi una violación, pero, una urgencia ineludible. Su vida puesta a la venta con un cartel que decía:
Aquí lo tengo todo,
y todo SE VENDE.
Relato escrito a cuatro manos con Montserrat Sala, del blog Reflexions en veu alta
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